Los delincuentes se aprovechaban de la fe de los creyentes y los asaltaban para robarles las pocas cosas que llevaban para el viaje de peregrinación. Los dejaban apaleados y despojados de cuanto traían consigo. Para protegerse se hacían fuertes viajando en grupos de largas caravanas a fin de contar con un resguardo adecuado.
Toda previsión tenía que observarse para mayor seguridad y tranquilidad de los peregrinos. Pero aquel año en particular la angustia se apoderó de María y de su esposo José.
Habían transcurrido doce años después de la noche en Belén. Ya hacía doce años que José había tenido que tomar al niño y a su madre para escapar a Egipto. José se las había ingeniado para sostener a su familia con el fruto de su trabajo que le había obtenido clientes satisfechos; hasta que un día, muerto Herodes, pudieron regresar al hogar.
De regreso en Nazarét la alegría y la paz se habían instalado con ellos. De nuevo se encontraban entre familiares y amigos y era buen momento de visitar al Buen Dios que jamás les había dejado. La fiesta de la Pascua era propicia para acudir a presentarle su gratitud por tantas gracias recibidas. Así llegaron al templo en Jerusalén y le presentaron los sacrificios que su fe les prescribía, pero durante el regreso la angustia les invadió cuando se percataron de que Jesús no iba con ellos, y cuando luego de buscarlo a lo largo de la caravana, entre familiares y amigos, pudieron darse cuenta de que el niño se había perdido.
María y José regresaron apresuradamente sobre el trayecto andado. Su angustia crecía mientras avanzaban hasta que llegaron de vuelta al templo, ciertos de que a Jesús ya no lo tendrían otra vez con ellos. ¿Lo habrían asaltado, lo habrían robado para venderlo como esclavo? José intentaba en vano de calmar a María, que desesperada, ingresó al templo para implorar a Dios que le recuperara a su hijo. La respuesta llegó de inmediato. El niño estaba en medio de los escribas e inmerso en un profundo diálogo teológico.
De vuelta a Nazarét, en casa, Jesús entró al taller de José y le dijo: -ya sé qué quiero ser de grande-. José pensó, a consecuencia del incidente en Jerusalén, que le manifestaría su deseo de ser un escriba, pero el niño agregó: -de grande quiero ser carpintero como tú-. Entonces José, viendo que aun no tenía conciencia plena de su filiación divina, le indicó que él había nacido para algo mucho más grande, y que un carpintero era insignificante.
Jesús le dijo: -No entiendo cómo me dices que tu trabajo es pequeño, cuando tú me has alimentado, educado, formado y sostenido siendo tú un carpintero-. Luego afirmó: -José, quiero ser carpintero, ya sé qué quiero ser de grande, quiero ser como tú-.
Ahora que 2010 inicia con encontrados augurios, unos optimistas y otros terribles, en materia de economía y de política internacional; ahora que parece que debemos “enfrentar” un año “haciendo frente” al fracaso económico; ahora que la institución del matrimonio es golpeada por legisladores; ahora que la vida se considera humana cuando se mide en semanas de gestación; ahora que la Fe en Dios es puesta a prueba por ateos; pero sobre todo, ahora que somos todavía muchos los que sabemos esperar contra toda esperanza y creer que sí aunque todo nos diga que no, ahora es cuando nos hace fuertes en nuestros fracasos y logros, caídas y esfuerzos, pesadillas y sueños, la figura de un hombre que supo esperar con determinada determinación, que trabajó con empeñoso esmero y que nos mostró que se puede amar más allá de las fronteras del amor cuando se entregó sin medida a la esposa de Dios y a su divino hijo.
Propongo que al inicio de este 2010 miremos a la figura de San José para que veamos en él retratada nuestra necesidad de conseguir el pan y la alegría por darlo a nuestros hijos, el desvelo por terminar el trabajo y la dicha por recibir su justa retribución, las preocupaciones por la incertidumbre y la constancia de que Dios nunca nos desampara.
San José es Patrono de la familia, de la economía, de la paternidad, del trabajo, de la Iglesia y de una buena muerte. Encomendémonos a San José, confiemos a él todas estas necesidades y miremos el año que inicia, más que como un enfrentamiento con la vida, como un camino por recorrer, camino que se disfruta como en todo viaje en el que el destino es el descanso, el encuentro, el reposo, la alegría y la satisfacción por la tarea cumplida.