Imagine que una mujer de 41 años, que ha logrado muchos éxitos en su vida profesional, decide al fin tener un bebé. Como es comprensible, tiene dificultades, dada su edad.
Imagine que acude entonces a la fecundación in vitro y, como tampoco le funciona, busca una donante de óvulos; su esposo «dona» el esperma y entonces rentan un vientre de una tercera mujer. Imagine que nuestra protagonista no quiere tener sólo un hijo sino dos a la vez (mellizos), así que renta un segundo vientre, fecundan dos óvulos y al final nacen los dos bebés, con cinco días de diferencia.
Ahora pongamos nombres a las personas: ella se llama Melanie Thernstrom, él responde al nombre de Michael Callahan y los dos bebés son Violet y Kieran. No son personajes sacados de una novela de ficción sino seres humanos de carne y hueso originarios de Oregón, Estados Unidos. Su caso ha dado la vuelta al mundo a inicios de 2011 porque nadie supo cómo llamar a este modo de nacimiento: dos mellizos que nacen de vientres distintos, en momentos diferentes. De ahí el «bautizo» de twin (mellizo) y sibling (hermano).
Ya en otro momento hemos dedicado varios artículos a casos no menos llamativos. Por ejemplo «Madre presta útero para que hijo gay tenga un bebé gracias al óvulo de una amiga», «Hermanas… a distancia de once años a causa de la inseminación artificial (o los bebés de refrigerador)», «La paternidad de Elthon John o el pisoteo de los verdaderos derechos» o «Vientres rentados: de Ricky Martin a Nicole Kidman».
Detrás de estas prácticas no sólo está el egoísmo disimulado de algunas personas que conciben a un hijo como un objeto de consumo más que un sujeto de amor; como un capricho y no como un don. Pero no es eso lo único que se debe considerar al momento de referirnos a este tema.
La industria de la procreación artificial es un negocio multimillonario (véase, por ejemplo, nuestro artículo «Eggsploitation: un documental sobre el negocio de la fecundación artificial») donde las empresas son quienes salen ganando (y en este contexto se comprende que sean las que impulsen y apoyen legislaciones que favorezcan sus prácticas y dediquen no pocos fondos a programas de radio y televisión, a películas y artículos de revistas, para introducir sutilmente una visión aceptable de este tipo de negocio). Piénsese que tan solo en Estados Unidos, según reportes de ace prensa (cf. 03.02.2011), al año nacen entre 30 mil y 60 mil hijos sólo de donantes de esperma.
Por otra parte, no se puede olvidar que el negocio de la fecundación artificial supone la muerte de muchos bebés que no llegan a ser implantados en el vientre de la mujer o que, tal cual, son seleccionados y eliminados por ser «de menor calidad». Eugenesia en pleno siglo XXI.
El caso aludido al comienzo tiene un rasgo que lo ha hecho más polémico: Michael y Melanie decidieron que sus hijos podrían conocer a sus «madres» portadoras y convivir con ellas, si lo desean. Un paso para la crisis de identidad.
A inicios de febrero de 2011, Michael Cook en el portal de Mercator.net informaba que una escritora y profesional de la música, Alana S., había lanzado en San Francisco un proyecto titulado «The Anonymous Us Project»: un portal (www.anonymousus.org) que invita a contar las historias de aquellos que han nacido de un donante anónimo de esperma u óvulos: «No todos los hijos nacidos así estamos bien. Muchos de nosotros queremos hablar sobre nuestro dolor, pero no deseamos exhibirnos ante las cámaras ni pretendemos herir a nuestros padres», dice Alana.
El peligro de ver como normales lo que no deja de ser más que un abuso de la técnica (técnica sin ética) es lo que jamás podemos poder perder de vista