Es respetuoso. No grita, no incomoda, no obstaculiza mis opciones. A veces espera, a un lado, como si fuese indiferente a mi indiferencia, a mis traiciones, a mi egoísmo. Otras veces se adelanta, me manda un mensaje que no leo, que no observo, que no entiendo.
Aquí sigue, sin cansarse. Sabe que lo necesito, sabe que no puedo vivir sin él, aunque muchas veces actúe como si todo dependiese de mí, como si mi pequeñez y mi barro fuese grandeza de poder y de aplausos vanos.
Nos sobrecoge ese Dios respetuoso del hombre y de su historia. El Dios que parece callar ante un campo de concentración, ante un hospital donde médicos abortan, o ante un pueblo entero que ve morir a sus niños y sus viejos por falta de comida, agua potable y medicinas. El Dios que parece cerrar los ojos cuando los poderosos deciden suscitar nuevas guerras, vender armas, cerrar iglesias y calumniar a los enemigos para conquistar el poder, para ganar dinero y más dinero. El Dios que parece descansar cuando una lluvia torrencial destruye casas, cosechas y esos pocos bienes que tenían familias pobres de unas chabolas en la colina, o cuando la sequía deja esqueléticos, moribundos, a madres e hijos en un valle que muere de tristeza.
Dios sigue aquí, tras mis huellas. El misterio de mi vida no se puede explicar sin Él. A veces parece que todo ocurre como si no existiese. La verdad es que sin su amor mi aliento sería frío, seco, hueco. Sin su compañía el cielo lloraría de tristeza, el agua sería amarga, el pan podrido, la luz oscura. Sin su mirada no habría esperanza ni consuelo en los momentos de dolor, de enfermedad, de fracaso.
En el camino, en las opciones de la vida, ¿por qué no grita, por qué no conquista mi libertad y la une a la suya, siempre mejor y más segura?
El cielo se viste de estrellas, la luna crece y decrece con ritmos precisos, el mar mece sus inquietas aguas y las hormigas buscan, también hoy, un poco de comida entre los cubos de basura. Algún alma dejará su cuerpo, esta noche, y verá de frente, cara a cara, a ese Dios que lo esperaba, que lo amaba con locura. Otros muchos seguirán su camino, triste o alegre, amargo o lleno de esperanza, creyendo avanzar solos, creyendo que Dios no está a su lado.
Tras nuestras huellas, en silencio, como alguien abandonado y deseoso de cariño, caminará ese Dios que nos tiende la mano, que suplica un gesto de clemencia, que puede perdonarnos y dar sentido a nuestros días y noches, nuestro trabajo y descanso.
Es el mismo Dios que dijo, en una tarde de Calvario, que tenía sed, que suplicó clemencia y perdón para los hombres de aquí abajo. Que abrió su corazón para que viésemos lo mucho que nos quiso, lo que valemos a sus ojos.
Dios sigue aquí, a mi lado, mientras medito un gesto de venganza o un pecado solitario. O mientras decido, entre lágrimas, dejarle entrar en casa, para que limpie mis heridas y me abrace, como a un hijo pródigo. Para que me coja de la mano y pueda llevarme un día, para siempre, al gran banquete de los cielos...