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Tradición: un valor que “hace” a la familia

Tradición: un valor que “hace” a la familia

Sin duda los mexicanos somos un pueblo que atesora sus tradiciones. Esto nos viene desde nuestros antepasados indígenas, que apreciaban mucho sus “raíces” y, ciertamente, también nuestros antepasados españoles eran un pueblo con mucho apego a sus tradiciones. En otros ámbitos, como lo social, lo religioso y hasta en lo estético, las tradiciones tienen un elevado lugar en nuestra jerarquía de valores.

Por eso no deja de sorprender el que este valor ocupe el décimo lugar en la jerarquía de los valores familiares, si bien, en opinión de profesionales y organizaciones dedicadas a la familia, es un valor que está aumentando su importancia en la escala de valores.

Se trata de un valor complejo, con muchas facetas. Abarca las costumbres, tanto familiares como las comunitarias. Incluye el legado de nuestros ancestros y también la religiosidad popular. Forman parte de la tradición las celebraciones, tanto familiares como comunitarias, y también los relatos  de familia, mediante los cuales todos los miembros de la misma sentimos que somos parte de un origen común.

Este valor tiene el efecto de “construir” la familia. Los lazos de la sangre, poderosos como son, no bastan para construir una relación familiar. Por supuesto el cariño, el trato diario, van construyendo la unidad familiar. Sin embargo son las tradiciones y en particular las celebraciones las que dan ocasión para que el cariño y el trato amoroso se manifiesten de una manera especial.

Los relatos de familia construyen familia de varios modos. Los hijos se identifican con la familia a través de los relatos de su propia infancia, las historias de los padres y abuelos e incluso de familiares más lejanos. A través de esos relatos, que generalmente se dan en el seno de las celebraciones y  reuniones familiares, los hijos van desarrollando su sentido de pertenencia a su familia y, en parte, a la propia sociedad. Van desarrollando el sentido de tener un lugar en el mundo y, en cierto modo, el sentido de su propio valor al sentirse parte de algo mayor que ellos mismos.

Por otro lado, las tradiciones son un medio privilegiado para transmitir valores en la familia. ¿Qué celebramos? ¿Porqué es importante esa celebración? Ahí hay mensajes muy poderosos, una verdadera pedagogía de los valores y de su jerarquía. Por ejemplo, los padres que celebran su aniversario de bodas como el día en que se fundó la familia, están dando a los hijos un mensaje muy fuerte: para nosotros, la creación de nuestra familia es muy importante y es digna de celebración. Cuando le damos importancia a nuestros hijos, celebrando su cumpleaños y su onomástico, y en la celebración les contamos los detalles del día de su nacimiento, sienten la importancia que le damos a nuestra paternidad y maternidad y captan cuánto valemos para ellos. Al contarles relatos de sus ancestros, aprenden a valorar las cualidades de estos y se identifican con ellas.

Ciertamente, no por fuerza todo lo tradicional es bueno. Cuando exageramos el respeto por la tradición podemos caer en el conservadurismo, en una resistencia al cambio sin examinar si el cambio es o no bueno.

Tal vez esta es la razón por la cual se da un abandono de las tradiciones en las generaciones jóvenes; o tal vez sea que perciben que somos fieles a las tradiciones, sin serlo a su espíritu. La mercantilización de muchas tradiciones ha hecho que haya muchos que, con razón, las vean como un evento vacío. Tristemente, es el caso de la Navidad, que ha perdido su sentido profundo para muchas familias, o la sustitución del día de muertos por el “haloween”. ¿Será un abandono permanente de las tradiciones lo que nos espera en algunos años? De acuerdo a muchos expertos, no es así. Se trata solo de un fenómeno temporal, bastante frecuente entre los jóvenes, que después vuelven a las tradiciones, a veces cambiando las formas pero manteniéndose en el espíritu. Ojalá sea así.

En todo caso, nos toca a las familias atesorar el espíritu de las tradiciones, tanto las familiares como sociales, y vigilar que no pierdan su sentido, que sigan vivas y vigentes y que les hagan a nuestros hijos tanto bien como nos hicieron a nosotros.