Una religión es un conjunto de creencias trascendentes, unidas a una serie de prácticas y de normas morales, con expresiones culturales propias que son vividas por un grupo humano grande y significativo. En el mundo hay cinco grandes religiones reconocidas: el Islam, el Budismo, el Hinduismo, el Judaísmo y el Cristianismo.
En la religión cristiana, cuando se habla de “Iglesia” se hace referencia al conjunto de fieles que están unidos por una misma fe, una misma práctica sacramental y un mismo código moral. Se habla así de la Iglesia católica, la Iglesia Ortodoxa, la Iglesia presbiteriana, la Iglesia Anglicana, la Iglesia Evangélica,…
Una “secta” es un pequeño grupo que se separa de una Iglesia o de una religión, guiado por un líder visionario que crea una nueva doctrina y una moral propia.
El fenómeno actual de la “Nueva Era” (New Age) es una consecuencia, en primer lugar, del vacío espiritual que vivimos actualmente en nuestras sociedades desarrolladas; en segundo lugar, del fenómeno de la globalización que ha permitido entrar en contacto con las demás religiones y ver cosas “interesantes” en ellas. Todo ello ha ido dando lugar a una nueva religiosidad que podríamos considerar como una “religión a la carta”.
Además, dentro de la misma Iglesia Católica el seguimiento de Cristo puede ser vivido de muy distintas maneras: así podríamos hablar del “católico de nombre”, que es el que sólo se le ve en la Iglesia el día de su bautizo y el de su funeral. Después está el “católico de circunstancias”, que es el que sólo aparece por la Iglesia los días en que es invitado a una boda, a un bautizo, a una primera comunión, o a un funeral. También nos encontramos con el “católico ligth”, que es el que busca una religión sin exigencias, al gusto, a la carta, y desecha todo aquello que le suena a exagerado o que no va con él.
También está el “católico moderno”, que suele ser progresista, contestatario y desenfadado. Es al que le gusta dárselas de democrático y liberal, queriendo una Iglesia más democrática y dialogante. El “católico derrotado”, es el católico al que le pesa serlo. Es el que viene a Misa porque la Iglesia le obliga. Y es de los que cumplen porque si no se condenan. El “católico renegado”, es el católico que se queja de todo y de todos, y dice que la culpa de todo la tiene siempre la Iglesia. El “católico de temporada”, es el que se comporta de acuerdo a sus estados de ánimo; a veces es el más entusiasta y cumplidor, reza, comulga todos los días, va a ejercicios espirituales, lee libros religiosos; pero de repente da un giro completamente contrario y lo deja todo yéndose al otro extremo. Todo depende de sus sentimientos y de sus ganas.
El “católico cocktail”, es el católico que mezcla prácticas y creencias católicas con prácticas y creencias de otras religiones. Es el que dice que lo importante es hacer las cosas con el corazón, no importa la religión. Le gusta probar un poco de todo y se deja llevar con facilidad por las modas religiosas del momento. El “católico falso”, es el que aparentemente cumple muy bien, pero todo es externo, por dentro está lleno de hipocresía. Son los que Jesús llamó, en su tiempo, sepulcros blanqueados y raza de víboras.
Por último están los “católicos auténticos”, que son los que viven las exigencias de su fe con sencillez, con humildad, son alegres en la búsqueda del bien y de la virtud, son sinceros, desprendidos, abnegados, comprometidos, sobrenaturales, caritativos, son hombres y mujeres de oración, y al mismo tiempo hombres y mujeres de acción. Llegan a ser amigos de sus enemigos, agradecidos con todos, entregados, fieles; son, en definitiva los que se han tomado en serio esa recomendación que en su tiempo hizo Jesús: “ustedes sean perfectos, como el Padre celestial es perfecto”.
Religiones, Iglesias, sectas, New Age y estilos muy variados de ser católico. Ya estando Jesús en la tierra se daba el fenómeno de la diversidad en su seguimiento, y Jesús mismo nos deja en el Evangelio una gran lección de tolerancia: “¡Déjenlos! El que no está contra nosotros, está con nosotros”. Sin embargo, conviene aclarar que, tolerar no significa ser indiferente. Al que tolera le importan las diferencias, al indiferente le valen, es decir, no le importan en absoluto.
Tolerar significa aceptar esas diferencias pero estar dispuesto a dialogar buscando siempre la verdad. El indiferente cierra los ojos a las diferencias y, por flojera o por desinterés, considera que todo es válido y verdadero, no importa la religión o la confesión que se profese.
Jesús no fue un indiferente pero sí invitó a los suyos a que fuesen tolerantes. La indiferencia genera apatía y egoísmo mientras que la tolerancia impulsa a profundizar en las verdades de la propia fe y es motor de la auténtica evangelización. Cristo sólo fundó una Iglesia y la quiso edificar sobre la roca de Pedro; esa Iglesia subsiste hasta nuestros días en la Iglesia católica que ha mantenido esa sucesión apostólica desde las primeras comunidades cristianas. Hoy, los católicos, como Jesús, somos invitados a ser tolerantes hacia el resto de las realidades religiosas que pueblan el mundo, pero no a ser indiferentes, por eso todos estamos llamados a fortalecer nuestra fe para ofrecer al mundo un signo de la autenticidad de nuestro seguimiento de Cristo y un servicio a la verdad.