Siempre corremos el peligro de la Navidad nos introduzcan en una especie de rutina prefijada y obligada por el calendario que nos fuerza a caldear de repente el ambiente de familia, a adornar la casa, y a encender una compasión light de sillón y de televisión hacia los necesitados que aparecen en la pequeña pantalla. Para después, a las pocas semanas, embaladas otra vez en el trastero las esferas, las luces y las figuras del misterio, emprender la cuesta de enero con cierto alivio por habernos quitado de encima la Navidad con todos sus gastos y con todos sus compromisos.