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Suyo es el tiempo

El Papa suele tomar ocasión de la celebración de la Audiencia General de los miércoles o del rezo del Ángelus los domingos para manifestar su cercanía a las poblaciones víctimas de tragedias o desastres. Los sufragios, ruegos y bendiciones del Papa son siempre reconfortantes para quienes cruzan por el camino del sufrimiento, porque saber que el Vicario de Cristo en la Tierra dirige su atención, como el Señor, a quien se encuentra herido, es un alivio del dolor humano.

Durante la última semana de abril y la primera de mayo, que ya forman parte de las fechas trágicas, escuché comentarios temerosos de que la epidemia de Influenza que brotara en la ciudad de México fuese un signo evidente de que el Fin de los Tiempos había comenzado.

Las profecías escriturísticas de una Gran Tribulación que se cierne sobre la humanidad al inicio del fin, son diversas. En el Antiguo Testamento se hallan pasajes proféticos en los libros de Ezequiel y de Daniel; en el Nuevo Testamento en los evangelios, en algunas cartas de San Pablo y en el Apocalipsis.

Los desastres proféticos coinciden en afirmar que la humanidad sufrirá terremotos, guerras, epidemias y hambre sin que nadie pueda detener una tribulación como nunca se habría visto ni se volvería a ver, tal como lo narra san Marcos en el capítulo 13 de su relato del Evangelio, que lo dedica al discurso escatológico de Jesús como una instrucción sobre que lo que habría de suceder antes de su segunda venida en la Parusía.

San Marcos explica que Jesús les dijo que “cuando oigan hablar de guerras y de rumores de guerras, no se alarmen; porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre”, que “el que persevere hasta el fin, ése se salvará”, que “aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber”, que “si el Señor no abreviase aquellos días, no se salvaría nadie”, que “después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo” y que les pide que “estén atentos y vigilen, porque ignoran cuándo será el momento”.

La historia esta plagada de terremotos, guerras, hambre y epidemias, que pudieron ser indicativos, en su momento, del inicio de esa gran tribulación, pero que terminados se supo que no eran signo de ello. Confiemos en que esto ocurrirá con la epidemia de la Influenza porcina.

Los habitantes de la ciudad de México sabemos que en el Distrito Federal se cometen graves ofensas a Dios con el aborto despenalizado, el secuestro convertido en comercio y el narcotráfico que ha hecho de las calles y escuelas su mercado. Para quien cree, ver de pronto a la población cubierta con tapabocas, escuelas y restaurantes cerrados, y las noticias centradas en un virus invasor, puede ser presagio de que ha iniciado el fin como castigo divino.

Por ahora podemos estar seguros de que la misericordia de Dios ha sido más poderosa que su justicia, y que el corazón del Papa se mantiene cercano a quienes sufren, pues apenas el miércoles 29 de abril, luego de una semana de pánico y terror en la ciudad, Radio Vaticana anunciaba que “Benedicto XVI ha expresado solidaridad al pueblo mexicano, pidiendo que a través de los medios de información se sepa que el Pontífice está al lado de todos los enfermos y reza por las víctimas y sus familiares” y al domingo siguiente, el 3 de mayo, durante el rezo del Regina Coelli, el Santo Padre volvió a tener palabras de atención hacia nuestro Pueblo cuando dijo: “Deseo expresar mi cercanía y asegurar mi oración por las víctimas de la influenza que está afectando a México y a otros países. Queridos hermanos mexicanos, manténganse firmes en el Señor, Él les ayudará a superar esta dificultad. Los invito a orar en familia en estos momentos de prueba. Nuestra Señora de Guadalupe los asista y proteja siempre. Muchas gracias y feliz domingo”.

A partir de ahora vendrá el recuento de los daños económicos, emocionales y psicológicos y se implementarán medidas que puedan resolver esas afectaciones, pero justo es que sepamos contar, para valorar, cuánto es lo que no perdimos, a fin de que no dejemos de tener presente que lo principal es la vida humana, vida que no es nuestra sino de Dios, quien si quiere tomarla es porque toma lo que le pertenece, y si quiere dejarla es porque nos permite tener, aunque sea, unos años más de vida, antes de que inicie el final de un tiempo que también a Él le pertenece porque suyos son el tiempo, la vida y la eternidad.