Las últimas semanas han sido profundamente aleccionadoras, de cara a la sucesión de gobiernos estatales y federal. Y el análisis del comportamiento de los que nos pretenden gobernar, es bastante desolador.
Amenazas de violencia si se pretende que se apliquen las leyes a sus correligionarios, la sustitución de tribunales por la fuerza de las marchas, las huelgas ilegales para hacer que no se apliquen las determinaciones del Congreso, los insultos a la figura presidencial, la falta de respeto a un Informe que el Congreso está recibiendo, y siga usted contando. Todo ello, en un intento de imponer antidemocráticamente su punto de vista, de ganar adeptos, de convencer de que ellos son los que deberían estar gobernando. ¿Son estos los que pretenden gobernar este país? Es para dar miedo.
Lo menos que se puede esperar de un político que quiera gobernar un país, es que crea en que las leyes son el marco para gobernar. Que acepte que nuestro sistema debe ser democrático y basado en las leyes. Cuando no es así, el pronóstico es pésimo. Ya lo tuvimos en México, cuando Madero fue asesinado y sus sucesores (tanto los huertistas como los que lo siguieron) no creían en la democracia. Y a ello siguió la larga noche de gobiernos autoritarios que nos gobernó por tantos años. Ya le pasó a Alemania cuando Hitler, que despreciaba a la democracia, fue elegido democráticamente y, después, procedió a desmontar la democracia. Hoy, que hemos tenido un breve, brevísimo período de democracia, en nombre de la democracia hay sectores dispuestos a asesinar esta naciente democracia. Hay quien quiere sustituirla por una “marchocracia” (gobernar según quién pueda poner más gente a marchar); otros quieren poner el criterio del líder por encima de tribunales y leyes. A eso antes se le llamaba dictadura, pero hoy nos dicen que es “liderazgo”, que es “la verdadera” voluntad del pueblo.
El momento es grave. No se trata de defender a un partido o un gobierno, se trata de defender la convicción democrática y legal, la de que los gobernantes deben sujetarse al mandato que recibieron en las urnas y deben respetar las leyes o, si les parecen injustas, usar los mecanismos que la propia ley prevé para reformarla. Todo lo demás no es sino sembrar la dictadura, personal o de partido, el predominio del criterio ideológico sobre la voluntad de la mayoría, expresada en las urnas. No podemos quedarnos callados. Como ciudadanos tenemos que opinar y dar la voz de alarma. ¡No podemos seguir así!