“Sollicitudo rei socialis” cumple 20 años
Juan Pablo II firmaba el 30 de diciembre de 1987 su segunda encíclica de temas sociales. Llevaba como título “Sollicitudo rei socialis” (que abreviaremos como SRS), es decir, “La preocupación social”.
Este documento quería recordar el vigésimo aniversario de una encíclica de Pablo VI, “Populorum progressio” (“El progreso de los pueblos”), firmada el 26 de marzo de 1967.
Es justo evocar este aniversario, porque los temas del progreso y de la justicia conservan un valor muy concreto en el actual panorama mundial.
¿Qué pretendía Juan Pablo II con su encíclica? Por una parte, resaltar la importancia y la actualidad de la “Populorum progressio”. Por otro, reafirmar la continuidad y la renovación de la doctrina social de la Iglesia (cf. SRS n. 3).
La SRS tiene siete partes. La parte I es una introducción. En ella el Papa señala cómo la configuración del mundo ha sufrido notables cambios entre 1967 y 1987, de modo que ha llegado a adquirir aspectos completamente nuevos (cf. SRS n. 7).
La parte II presenta la novedad de la “Populorum progressio”, analizada en su estructura y en la amplitud de horizontes que caracteriza a ese documento. Especialmente importante fue el análisis con el que Pablo VI hizo ver cómo el tema social debía ser tratado en un contexto de universalidad, puesto que las decisiones de unos (especialmente de los países más ricos) afectan a todos (especialmente a los más pobres). También resultaba de valor el análisis de la noción de “desarrollo”, que no puede ser correcto si la acumulación de riquezas y bienes por parte de algunos se consigue “a costa del subdesarrollo de muchos, y sin la debida consideración por la dimensión social, cultural y espiritual del ser humano” (cf. SRS n. 9, citando “Populorum progressio” n. 14).
La parte III esboza un panorama del mundo contemporáneo. Leer hoy día esta parte nos lleva a pensar que las reflexiones ofrecidas en 1987 contienen numerosos elementos que siguen siendo válidos para comprender la situación que vivimos actualmente, si bien en Europa y en otras partes del mundo, después de la caída del bloque comunista (en torno al año 1989), se hayan producido cambios políticos de gran transcendencia.
Notamos, igualmente, que la esperanza de desarrollo presentada en la PP, estaba muy lejos de ser realidad en 1987 (podemos añadir, también hoy), por la miseria en la que vivían (y viven) millones de seres humanos (cf. SRS nn. 12-19). Juan Pablo II incluso señaló cómo se había llegado a una acentuación del subdesarrollo, motivada por muchos factores que llevaron a que los países ricos fuesen más ricos y los más pobres siguiesen en situaciones intolerables de miseria, agravadas por problemas como los originados por culpa de la deuda externa (cf. SRS n. 19).
En la misma parte III se menciona el tema del conflicto entre bloques (Oriente y Occidente) que trajo consigo, en buena parte, el estancamiento del “Sur” (subdesarrollado) respecto del “Norte” (desarrollado). Juan Pablo II hablaba también de aquellos conflictos bélicos que habían llevado a invertir en la compra de armas en vez de hacerlo en el necesario bienestar de los más pobres, además de provocar un drama inmenso en millones de refugiados.
La parte III termina señalando algunas señales positivas, como la valorización de la dignidad humana (propia y de los demás), la promoción de la solidaridad, y algunas conquistas de países antes subdesarrollados que habían alcanzado un cierto nivel de autosuficiencia alimentaria (cf. SRS n. 26).
La parte IV busca profundizar en la auténtica noción de desarrollo, una noción más rica y completa que la idea de progreso elaborada en el contexto del Iluminismo occidental. Cuando se acumulan bienes y recursos sin un objetivo moral, es posible que tal acumulación se vuelva contra el mismo hombre, lo cual lleva a producir más daños que beneficios (cf. SRS n. 28).
La reciente encíclica de Benedicto XVI, “Spe salvi”, acaba de subrayar esta misma idea, al criticar la idea de “progreso” elaborada en los últimos siglos, y al recordar que la “ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma” (“Spe salvi” n. 25).
Si volvemos a SRS, destaca la denuncia formulada contra aquella mentalidad que busca “tener” mientras deja de lado la construcción de un correcto “ser”. En realidad, la posesión de bienes buscados en sí mismos va contra la vocación auténtica del hombre, que es imagen de Dios y que está destinado a la inmortalidad (cf. SRS nn. 28-30). Se hace necesario recuperar una correcta jerarquía de valores, de modo que nunca el “tener” de algunos sea posible a costa del “ser” de muchos otros (cf. SRS n. 31).
Juan Pablo II trataba, en esa misma parte IV, otros aspectos, entre los que conservan gran actualidad las reflexiones sobre el ambiente y la naturaleza (la ecología), un tema tratado de modo profundo en SRS n. 34.
La parte V ofrece una lectura teológica de la situación actual (la que se daba en 1987, y que sigue siendo válida para hoy). Juan Pablo II recordaba la existencia de estructuras de pecado originadas desde opciones egoístas, desde pecados personales. A la vez, señalaba la importancia de la misericordia y del cambio en las actitudes espirituales para conseguir una actitud opuesta a la del egoísmo y del pecado: la actitud de la solidaridad, de la “entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a «perderse», en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a «servirlo» en lugar de oprimirlo para el propio provecho” (SRS n. 38).
Aquí arrancan una serie de análisis sobre el valor humano y cristiano de la virtud de la solidaridad. Gracias a ella es posible descubrir la unidad profunda entre los seres humanos, una unidad que arranca del conocimiento de la comunión que existe en Dios mismo, Trinidad de personas (cf. SRS n. 40).
La parte VI expone algunas orientaciones particulares. Como recordaba el Papa, no se trata de ofrecer una “tercera vía” entre el capitalismo y el colectivismo marxista (cf. SRS n. 41, una idea recogida en la encíclica “Centesimus annus” n. 43). Se trata más bien de ofrecer la doctrina social de la Iglesia en un contexto internacional, subrayando la importancia de la opción o amor preferencial hacia los pobres, y la necesidad de un correcto uso de los bienes materiales, que están destinados al beneficio de todos (cf. SRS n. 42).
Juan Pablo II hablaba también de la importante labor que pueden realizar los organismos internacionales, que sólo tienen sentido en vistas del bien común. Pero también hacía ver cómo cada nación debe responsabilizarse en primer lugar en la búsqueda del desarrollo pleno de sus miembros (cf. SRS n. 44), en el contexto de interdependencia que invita a todos a un mayor compromiso por la solidaridad (cf. SRS n. 45).
La parte VII es una conclusión en la que se tocan diversos temas. En ella brilla la confianza en Dios, que ha prometido intervenir en la historia humana; y en el hombre, en quien, a pesar de sus debilidades, existe una bondad original, que viene del hecho de que somos imagen del Creador (n. 47).
Vale la pena tomar entre las manos, nuevamente, una encíclica que nos habla, a la luz de los acontecimientos de las últimas décadas, del compromiso temporal que todo cristiano debe asumir en el esfuerzo por edificar un mundo mejor, mientras seguimos en camino hacia la Patria eterna. Allí viviremos, en plenitud, el amor que tiene que unir ya ahora a los seres humanos, llamados a vivir solidariamente como hermanos.