¿Es la nuestra una sociedad que valore a la familia? Creo que no es una pregunta que tenga respuesta fácil. Si vemos lo que transmiten los medios y que genera grandes audiencias, habría que decir que no. Los medios se han concentrado en presentar, con singular alegría, familias disfuncionales, como si ese fuera el caso más normal; sea en telenovelas, películas, programas de entrevistas, entre otros tipos de programa. Y la sociedad premia a esos medios del único modo que estos entienden y aprecian: recibiéndolos en nuestros hogares. Ya no hay programas familiares, en el sentido de presentar familias viviendo sus pequeñas y grandes alegrías, emociones, celebraciones, ocasiones. Tal parece que ahora el concepto de programa familiar es uno que no incluya actos sexuales ni leperadas.
Pero, por otro lado, en la vida real (no siempre reflejada por los medios, tal vez por aburrida) la familia sigue siendo una institución amada y respetada por muchísimos; en opinión de los expertos, por la mayoría de los mexicanos.
Para muchos de nosotros la sociedad es la familia; nuestro horizonte de lo social no va más allá. Por supuesto, esto incluye a la familia extendida, más que a la familia nuclear. Incluye también esa mexícanísima institución del compadrazgo, a veces tan respetada, sobre todo entre las familias tradicionales. Cuando queremos indicar que alguien merece toda nuestra confianza decimos: “Es como de la familia”.
Recientemente comentábamos el caso de un país europeo donde murió una gran cantidad de ancianos y enfermos durante una ola de calor. Los números tal vez son lo de menos, pero se habló de 3 mil, 5 mil y hasta 10 mil muertos, casi todos ellos ancianos y enfermos. Una muerte terrible, pero tal vez una de las más fáciles de evitar si esas personas hubieran estado en familia. Pero, tristemente, no lo estaban. Así, un gran número de adultos murió de sed. Otro dato: varias semanas después de los hechos, más de 400 cuerpos no habían sido reclamados por nadie. No hubo una familia que los llorara y los sepultara. Eso no pasaría en México, nos gustaría decir. Pero ¿estamos seguros?
En todo caso, para la mayoría de los mexicanos, la familia sigue siendo el primer valor social. Esto lo ha captado muy bien la mercadotecnia política (Bienestar para tu familia, era el lema de campaña de uno de nuestros presidentes que, por cierto, ganó sus elecciones). Hasta en las personas con actitudes antisociales la familia es una institución respetada. Es notable la cohesión familiar que se da entre algunos delincuentes famosos, que forman redes familiares muy sólidas. En ocasiones, la justificación que dan y que se dan a sí mismos para sus acciones delictivas es la de darle a su familia todo lo que se merecen.
Aún los que se divorcian en una gran proporción tratan de volver a formar una familia; evidentemente su fracaso matrimonial no los lleva a valorar menos a la familia como institución, tan es así que vuelven a intentarlo.
Si, hay fuerzas que atacan a la familia. Si, hay muchos divorcios, aunque no tantos como a veces se dice. Una estadística habla de que en el año 2000 hubo un divorcio por cada 13 matrimonios nuevos. Otras estadísticas hablan de cifras parecidas; en el orden del 10% de los matrimonios que acaban en divorcio. Trágico, pero muy lejos de las cifras de 30%, 40% y hasta 50% de parejas que se divorcian, según algunos. Pero no es eso todo lo que ocurre. Hay también muchos casos de violencia familiar, abandonos y divorcios de hecho que no se registran y no forman parte de las estadísticas. Está, por supuesto, la emigración que divide a las familias y que está rompiendo la estructura de la familia extendida.
¿Seguirá siendo la familia un valor para nuestra sociedad? Es inmenso el número de organizaciones no lucrativas dedicadas a apoyarla; tenemos organismos federales y estatales de apoyo a la familia, tenemos en fin organizaciones seglares y religiosas de todos los credos dedicadas a proteger e impulsar a la familia. No cabe duda de que nos preocupa y nos ocupa el bien de la familia.
Por otro lado, y eso me parece muy preocupante, los jóvenes, valorando en mucho a su familia de origen, no parecen tener ninguna prisa por formar sus propias familias. La edad de matrimonio se va haciendo cada vez más tardía. Y, al menos en la mayoría de las ciudades, esos muchachos no dejan el hogar paterno si lo pueden evitar. Aprecian la vida familiar, pero no se deciden a formar una familia nueva. De hecho, la tasa de crecimiento de matrimonios es menor que la de la población.
Un panorama de luces y sombras. Sí, valoramos y apreciamos a nuestra familia. Es el primero de nuestros valores sociales. Pero ¿lo seguirá siendo?