España celebra 25 años de una Constitución aprobada por referendum el 6 de diciembre de 1978. Una Constitución que, según muchos, ha permitido la paz y la concordia en un pueblo que sabe lo mucho que se puede sufrir por culpa de la violencia y de la guerra.
Las leyes son buenas y útiles sólo si ayudan a unir a la gente, si defienden los derechos de todos, si dejan espacio a la libertad y a las diferencias que son posibles en la sociedad. Como todas las leyes, también la Constitución puede ser mejorada, pero no por ello deja de ser un punto de referencia fundamental para que aprendamos a respetarnos y a vivir juntos.
En estas celebraciones, sin embargo, hemos de recordar a miles de posibles ciudadanos que han quedado excluidos de los festejos. Hay muchas sillas vacías en estos días de fiesta.
Desde hace muchos años, se ha tolerado y se ha practicado la eliminación, por medio del aborto, de miles de pequeños seres humanos que habían comenzado a vivir y que, de modo injusto, fueron privados de su vida. Hoy no tienen voz, hoy no pueden celebrar la concordia que reina entre tantos españoles.
Es justo recordar a los ausentes, a tantos potenciales niños y jóvenes nunca nacidos. Hoy no pueden saber lo que significó para muchos españoles el tener una Constitución que haya permitido a muchos (no a todos) vivir en paz.
Es verdad que muchas sociedades empiezan a reconocer los derechos jurídicos de las personas sólo después de su nacimiento. Pero también es verdad que la vida de los que nacen no inicia el día del parto, sino mucho antes. Un estado realmente progresista y justo no puede, por lo tanto, dejar sin protección a los no nacidos, ni permitir la eliminación de aquellos que no reúnan un mínimo de características (físicas, raciales o de sexo) exigidas arbitrariamente por los adultos.
Quizá nos ha faltado promover, estos 25 años, una cultura de respeto y de apoyo a la maternidad. Quizá nos ha faltado descubrir que todos los que ahora festejamos la Constitución fuimos un día pequeños embriones, acogidos, amados por nuestros padres, especialmente por nuestra madre. Quizá nos ha faltado admirar la belleza de la maternidad y de la paternidad, la alegría que reina en las familias cuando un nuevo hijo es concebido y llega, un día estupendo, magnífico, a su nacimiento.
Después de los festejos y las felicitaciones, la sociedad española está llamada a dar pasos concretos para promover una cultura basada en el respeto de la vida de todos, también de los no nacidos. Un respeto a la vida que será uno de los principios fundamentales para la convivencia democrática y la justicia social de una España que queremos más humana y más feliz. Un respeto a la vida desde el cual, quizá dentro de 25 años, muchos jóvenes y adultos podrán celebrar los 50 años de unas leyes que protegieron su existencia diminuta durante esos maravillosos meses de embarazo.