Para nosotros los sacerdotes, la experiencia de sentarnos en un confesionario es parecida a observar un calidoscopio. Ya sabemos que si estamos en un lugar oscuro no se podrá ver nada, pero cuando le entra la luz comienza un juego maravilloso de formas y colores. Así sucede cuando nos asomamos al fondo de muchas almas, pues si la criatura más perfecta de la creación es el ser humano y, lo más bello de ella es su espíritu, la conclusión es obvia.
De quienes acuden al sacramento de la confesión, la mayoría son casados, por lo que muchos de los temas, consejos, pecados y “anexas” que se tratan, hacen referencia a los problemas de la convivencia matrimonial.
Ahora bien, el alma tiene dos potencias superiores, que son el entendimiento y la voluntad libre, y quienes se han casado lo han hecho en base al conocimiento que consiguieron durante su noviazgo y al amor que confeccionaron durante ese tiempo. Por lo cual, si ya se conocen y se aman, podrán resolver con más facilidad sus dificultades. Sin embargo, la experiencia nos presenta que cada vez hay más problemas matrimoniales.
Acabo de leer una idea simple pero llena de sabiduría que podría cambiar la vida de muchas personas sobre todo si la hubieran tenido en cuenta cuando eran novios: “lo más fácil en la vida es enamorarse y lo más difícil es permanecer enamorados”.
Tal parece que cada día resultara más cierta la expresión “cometió matrimonio”, para decir se casó. Pero, como me corrigió un amigo hace unos años: “el matrimonio no está en crisis, los que están en crisis son algunos matrimonios”. Y le reconozco toda la razón.
La verdadera causa de tantos problemas matrimoniales es que mucha gente está vacía de ideas, de principios, de virtudes y de valores, y ese hueco (en algunos casos, cavernas) lo llenan con simples sentimientos. En ocasiones, más que hablar de personas deberíamos hablar de depósitos de pasiones. No perdamos de vista que las emociones son tan variables como el clima. Quienes actúan así son incapaces de soportar los compromisos que exige sacar adelante una familia.
Cuando se maneja la vida a base de sentimientos los problemas se agrandan y a la caída de un vaso con agua se le da categoría de tsunami. ¡Por favor señoras y señores un poco de seriedad y de serenidad!
A los jóvenes se les está engañando. Para conocer a una persona no es necesario acostarse con ella. Hay que hablar, conocerse, superando lo externo, lo puramente superficial. Se deberá exigir el respeto respetándose a sí mismo. Sin tener relaciones prematrimoniales si se desea ser bien considerado el resto de la vida.
El peor error que se puede cometer es casarse con quien no se debe. La gente joven debe abrir los ojos y descubrir a tiempo los defectos de la persona amada, siendo valientes en conocerse y dar a conocer sus propios defectos. También es importante saber que los años no nos perfeccionan, no nos hacen madurar como a las frutas; al contrario, existe el peligro de que los defectos se vayan haciendo más fuertes y profundos y que, por lo mismo, disminuya la capacidad de tolerar los defectos de los demás.
Durante el noviazgo conviene, también, analizar a la familia del novio(a). Pensando que el hermano parrandero y jugador seguramente se convertirá en el tío alcohólico de sus hijos. Si no existe una armonía cariñosa con los familiares del futuro cónyuge podrán surgir problemas muy desagradables. Sobre todo, es importante saber que el verdadero matrimonio es para siempre, sólo así se puede formar una familia como todo el mundo desea.