Como podría llamarse, Ricardo, Javier o Luis. El nombre es lo de menos. Lo que importa es lo que hace… o lo que no hace, según del lado por el que se vea. Porque he encontrado a Juan junto con un amigo suyo, mendigando, pidiendo pan para comer. Serían como las dos de la tarde, en un caluroso día de verano por las calles de Roma, cuando las casas se cierran a cal y canto para defenderse del calor del mediodía. Y ahí estaba él. Joven y vigoroso, pero sin trabajo. Con posibilidades de tener una familia, pero permanecía soltero, por elección propia, según me dijo más adelante. Tenía los ademanes, la elegancia y la voz de un joven empresario, de un hombre de mundo, pero no era más que un mendigo.
Pensé decirle: “-Pero Juan… ¿por qué no trabajas? Y además… aquí en Europa. ¿Un pobre que pide de puerta en puerta el pan de cada día en Europa?” Este pensamiento hizo que me asaltara una duda terrible. No debería ser un pobre, sino un loco. Eran muchas contradicciones al mismo tiempo. No acaba de salir de esta inquietud cuando, alejándose un poco, lo oí hablar en perfecto francés con un hombre para pedirle autostop para Francia.
No me aguanté más y le pregunté:
-Dime, Juan, ¿quién eres?
-Soy un pobre.
-No estoy para bromas, Juan. ¿Quién eres?
-Soy un sacerdote de los Hermanitos del Cordero.
-¿Qué que? ¿Un sacerdote? ¡Eres un loco Juan! ¿Qué hace un sacerdote en medio de las calles, pidiendo autostop para Francia?¡Eres un loco, Juan! Si eres sacerdote porque no estás en la Iglesia, diciendo misa, rezando, dando catequesis a los niños, o cuidando a los enfermos. Hay muchas formas de ser sacerdote, pero no está de andar vagando por las calles. Vamos Juan… dime que no es cierto, que no eres un sacerdote.
Y fue así cómo Juan me comentó que él no está en oposición a lo que hace la Iglesia. Qué él ama a la Iglesia católica y quiere hacer lo mismo que hace la Iglesia. Que él va desde la Iglesia hasta las márgenes, hasta los pobres. Me dijo que esta pequeña fundación de los Hermanitos y las Hermanitas del Cordero nació en Francia en 1983 y ha ido desarrollándose a lo largo de estos años. Cuenta ya con un centenar de hermanitas y con 25 hermanitos, entre los cuales el hermano Juan es sacerdote. Lo que hacen es evangelizar a los pobres a través del testimonio de sus vidas y mendigando el pan casa por casa. Son estos encuentros con la gente los que les sirven para evangelizar.
-Juan… no te entiendo. ¿Quieres decirme que has dejado todo en tu vida para evangelizar a los pobres? ¿Y para eso te has hecho mendigo?
Me miró con sus ojos profundos, negros y me dijo:
-Me he hecho mendigo no sólo para evangelizar a los pobres. Si así lo hubiera hecho, estaría haciendo teatro o poniéndome un disfraz. No. Me he hecho pobre, a semejanza de Domingo y de Francisco, que se hicieron pobres para imitar a Cristo. La pobreza no es un método de evangelización. Es un signo profético de Dios. Él es el verdadero mendigo que golpea a las puertas de los corazones de los hombres para pedirles amor. Yo sólo soy un instrumento suyo. Yo le presto mis pies, para que Él camine las calles de las grandes ciudades. Le presto mis manos para que sean sus manos las que toquen las puertas de las casas y de los hombres. Le doy mis labios para que Él hable por mí. Le regalo mi hambre para que los hombres se compadezcan de Él.
-Y… ¿no los rechazan algunas veces?
-¿Quieres decir que nos cierran la puerta, o nos dicen que estamos locos, o que nos van a demandar con la policía? ¡Sí!
-¿Si? ¿Y lo dices así de tranquilo y de contento?
-Bueno, es que tú sabes… nos preparamos para este tipo de negativas. Durante la mañana tenemos grandes momentos de adoración, de contemplación. Así alimentamos y fortificamos nuestras almas, para luego salir a evangelizar. Cada encuentro en la calle, en la carretera es un encuentro providencial para poder evangelizar, para poder dar a conocer el Amor de Dios a los hombres. No nos preocupamos de las negativas. Quizás Dios se valga de ellas para abrir el corazón a tantos hombres.
-¿Quieres decir que dedicas mucho tiempo a la oración? ¿No te aburres?
-¡No, hombre! ¡Para nada! Porque la oración no es como tú la ves. No es simplemente un tomar fuerzas para luego enfrentarnos a las negativas de los hombres. Es escuchar la palabra de Dios, confrontar nuestra vida con la vida de Él, buscar su voluntad, mover nuestro corazón para cumplir su voluntad. ¡Es estar amando al Amado!
Y al hablar de la oración Juan se emocionaba. Lo podía ver y lo podía sentir. Sus ojos brillaban de felicidad, sus manos se movían pausadamente, enfatizando cada palabra y el tono de voz parecía envolverme sin yo darme cuenta. Al oírlo, me parecía escuchar a Domingo de Guzmán y al verlo mendigar, me recordaba tanto a Francisco de Asís, el juglar de Dios que bendecía a quienes le lanzaban una piedra y a quienes lo insultaban.
Quizás la situación externa de Europa había cambiado mucho: ya no eran caballos los que se veían en las aceras, sino coches. Los telares y las tierras de cultivo han dado origen a grandes industrias que llevan la economía del mundo y por las calles los escaparates dictan la moda y la vanidad. Pero el corazón de los europeos aún necesita ser evangelizado y Juan, junto con un puñado de valientes, ha elegido este camino.
De lejos me despedí de Juan y de su amigo, pues siempre van de dos en dos. ¿Quién sería el loco? ¿Yo o él?