Pasar al contenido principal

¡Sal de la rutina!

La familia es el pilar de la sociedad y la escuela más efectiva para aprender los valores humanos y cristianos. El núcleo familiar puede enriquecerse de manera constante para que cumpla su misión dentro de la sociedad y de la Iglesia. Para esto, ofrecemos tres fórmulas que pueden ayudarles: poner a Dios en el centro; desempolvar las relaciones intrafamiliares y asignar a la familia su verdadera jerarquía.

1.Colocar a Dios como el centro de la propia vida familiar

Nuestra vida tiene sentido porque Dios nos ha amado. Su fin, su final feliz, coincidirá con la visión de Dios. La familia arranca del amor de Dios y tiene que volver a reunirse, en una plenitud diversa, mucho más grande y más sublime, en la casa del Padre, en el cielo.

Aquí entra todo lo que se refiere a la oración en familia; a la vivencia del domingo, especialmente como encuentro profundo con Cristo en la Santa Misa; a la celebración de aniversarios como el del bautismo de un hijo o el matrimonio de los esposos; a la vivencia del sacramento de la confesión como renovación profunda, desde Dios, de nuestro amor.

Toda la vida familiar descubre nuevas energías para la lucha diaria cuando la fe en Dios ocupa el lugar central, cuando la cruz de Cristo es la señal que nos distingue, cuando el perdón fraterno, paterno, materno y esponsal sirve como auténtica medicina para los momentos de lucha, de tensión, de conflicto.

2.Renovar las relaciones profundas de amor y gratitud entre los esposos, padres, hijos y hermanos entre sí

El amor no es un supuesto. Se construye cada día, con un saludo y un gesto de servicio, con una palabra de aliento, con una ayuda a la hora de preparar la mesa, de doblar los calcetines o de limpiar el polvo de una repisa.

El amor se construye, sobre todo, cuando sabemos pedir perdón después de los normales roces que todos los días jalonean la vida de los que viven bajo el mismo techo una buena parte de su tiempo. El amor en la familia necesita, por lo tanto, de un gran jubileo, que comprenda a todos, también a aquel que un día partió de casa y nos dejó con una pena muy profunda y, ojalá no, tal vez con un deseo de venganza. Este es el momento para tender de nuevo la mano, para perdonar y pedir perdón.

3.Dar a la familia su verdadera jerarquía, de célula de la sociedad, constructora de un mundo mejor

El amor no es algo que puede agotarse en el "nosotros" de unos mismos apellidos y una sangre común. Se dilata, se comunica, se contagia. La vida de toda familia cristiana que vive a fondo la fe, la esperanza y el amor irradia oxígeno entre todos los que viven a su lado.

Hoy serán los vecinos quienes reciban el testimonio de una pareja de esposos que salen a ver juntos una película como si fuesen novios. Mañana será una persona extraña, quizá un pobre que vive en la misma calle, que recibe la visita de los niños que le traen un poco de comida o de ropa.

Otro día, los compañeros de la escuela, descubrirán un modo nuevo, lleno de respeto y de cariño, de saludar a los papás que llegan a recoger a su hijo al final de las clases.

Son pequeñas señales de una vida familiar renovada, cristianizada. También cuando llegue el momento de la prueba, del dolor, del fracaso. Quien se ha visto rodeado por una familia unida y fiel en el momento de la ruina sabe lo que ésto puede significar.