Queridos ateíllos: yo, de principio, hubiera hecho una campaña del tenor siguiente: Probablemente, Dios existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida. Porque me da la impresión de que los preocupados, sufridos y malheridos por la vida sois vosotros. Yo disfruto muchísimo de cada momento, de cada día... Lo vivo como si fuera el último, precisamente porque le he encontrado a esta existencia su sentido verdadero, entregándome, y amando, porque he recibido mucho de mi Padre Dios y, en la medida de mis posibilidades, trato de corresponderle.
Nadie os odia. Los cristianos -al menos los que queremos seguir a Cristo con una mínima coherencia- no os buscamos las cosquillas; en todo caso, nos dais una cierta pena. Lo digo sin acritud. Mirad, la vida sin Dios es un klinex. Ni más, ni menos. Usar y tirar. Yo estuve así un tiempo; gracias a Dios (a ese Dios en el que no creéis), no fue mucho. Pero lo suficiente para ver el absurdo, el sinsentido, la banalidad de una vida que hoy es, y mañana ya no es. Por cierto, nosotros, los cristianos, cogemos la vida en peso, todos los días... No es que queramos evadirnos de la realidad, ni muchísimo menos. Sólo que Dios está con nosotros. Esta perspectiva es la que a vosotros os falta: la de la esperanza. Y una vida sin esperanza es un fracaso. Con el sufrimiento que esto implica. Sacar el día a día en tus propias fuerzas es complicado, yo diría que agotador.
Mecerse en los brazos del Padre es otra cosa..., ni comparación. Ya sé que la fe es un don, un regalo, que uno no siempre la tiene a antojo; sin embargo, existen indicios evidentes de la presencia de Dios en el mundo, en el cosmos, en cada vida en particular... Sólo hay que tener los ojos del corazón bien abiertos para verlos. Y esto sí que se puede pedir. Gritadle, si acaso estuviere sordo, que no lo está. Gritadle con fuerza, como el ciego aquel del Evangelio, que al paso de Cristo Jesús se desgañitaba, diciéndole: Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí... Y Jesucristo, volviéndose, le pregunta: ¿Qué quieres que te haga? -Señor, que vea. Y se le abrieron los ojos, y daba saltos de alegría aquel que, en otro tiempo, fue ciego de nacimiento.
Sabéis, porque vosotros lo sabéis todo, que Cristo puso barro en los ojos de aquel ciego, y que ese barro era toda su vida anterior, toda su podredumbre espiritual, sus miserias, todo lo que le impedía amar, y que, tras reconocer su limitación y su ceguera, este ciego sanó.
Queridos ateíllos, yo sé que no sois felices, por mucho que lo intentéis disimular... Habéis sido creados para amar en plenitud, y eso es imposible -os lo digo yo, que sé de lo que hablo- si Dios Padre no os baña con su Espíritu. Así que no os empecinéis. Total, tarde o temprano, caeréis en la cuenta de que habéis sido creados para algo más que para comer, beber, divertiros y trabajar. Ese Padre en el que no creéis os lleva tatuados en la palma de sus manos, sois preciosos a sus ojos, únicos. Y ese Hijo, en el que no creéis, ha dado su sangre por cada uno de nosotros. Para que tengamos vida, y vida abundante. ¿Podéis amar vosotros así? Yo, sin su Espíritu, no.
Con Dios.
Victoria Luque