Hace tiempo, me decía un amigo periodista sudamericano: “¡Cómo me gustan las canciones de tu país porque hablan mucho del amor y el orgullo por su tierra; es muy bonito su gran sentido patrio!”
A raíz de los lamentables e inéditos acontecimientos de Monterrey, que nos sacudieron a todos los mexicanos, y antes lo ocurrido en el estadio de futbol de Torreón, y en Morelia, en Ciudad Juárez, en Veracruz, en Acapulco… ¡y un largo etcétera! donde los narcotraficantes han sembrado de violencia y muerte el territorio nacional, me acordé –en primer lugar- de la petición de la Conferencia Episcopal Mexicana de que hay que rezar más por la paz social en México y así lo he estado haciendo.
Casi de forma inconsciente, después de la tragedia de Nuevo León, me puse a escuchar música tradicional mexicana. Aquella melodía que interpretaba bellamente nuestra cantante y embajadora de la canción mexicana, María de Lourdes: “Qué bonita es mi tierra”, “Mi ciudad” del compositor Guadalupe Trigo, “Tierra de mis amores”, “Chapala” de Pepe Guízar, “Mi Tierra Mexicana” de Felipe Bermejo y tantas otras canciones de Jorge Negrete, de Tony Aguilar, de Lola Beltrán que dieron la vuelta al mundo y nos hablan de la esencia de lo mexicano.
México era un país pacífico y económicamente floreciente. Por mi trabajo profesional, me tocó la suerte de recorrer buena parte de su territorio y las principales ciudades de provincia. Iniciaba mis giras, “como el Corrido del Caballo Blanco” según decía la letra de la célebre canción ranchera del compositor guanajuatense José Alfredo Jiménez: desde Guadalajara hasta Tijuana y “pueblos intermedios”, como anunciaban entonces los viajes en autobús.
Después visitaba las poblaciones más relevantes del estado de Veracruz, Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato, Michoacán, Querétaro y así lo hice por muchos años.
En numerosas ocasiones esos largos recorridos los realizaba solo, en mi coche, y confieso que nunca me pasó por la cabeza el temor de que me fueran a asaltar, secuestrar o robar mi coche.
¡Todo lo contrario! En cada ciudad, me gustaba detenerme y conversar con su gente. Como mi acento norteño me delata, de inmediato me comentaban:
-Usted es de Sonora, ¿no es así? ¡Qué sabrosas son las coyotas, las tortillas de harina y la carne machaca! Y así se iniciaba un grato encuentro.
Me divertía captar el modo de ser de los habitantes de cada región del país: aprender de sus costumbres, su modo característico de hablar, sus tradiciones, admirar su progreso material a la vuelta de pocos años. Me edificaba ese orgullo que sentían por mostrarme su ciudad, sus nuevos edificios y plazas, así como los planes de desarrollo que tenían a futuro.
Todavía recuerdo vivamente el impacto que me causó el empuje empresarial de la gente de Monterrey, así como el vertiginoso desarrollo de ciudades como León, Aguascalientes, Querétaro…
La única vez que sentí temor fue cuando crucé en automóvil el desierto entre Saltillo y Torreón, pero no tanto porque me fueran a asaltar, sino porque mi modesto coche no se encontraba en óptimas condiciones mecánicas para semejante aventura.
En esa ocasión, me acompañaba un amigo periodista, quien me comentó: “-No te preocupes, aquí las personas son muy amigables. Si nos quedamos ‘tirados’ en la carretera, siempre hay un ‘buen samaritano’ que acudirá en nuestro auxilio”.
Así fue, en efecto, porque en multitud de ocasiones que nos “norteamos” y no sabíamos qué carretera correcta tomar para que nos condujera a la siguiente población y así continuar con nuestro largo itinerario o averiguar por un restaurante aceptable o cómo llegar al centro de cada ciudad, no dudaba en bajarme a preguntar en cualquier sitio, con personas de toda clase y condición social, y de todos obtenía una respuesta amable, cordial, con una hospitalaria sonrisa.
En muchas ocasiones, los amigos de las diversas ciudades, me decían: “No vengas tan de vez en cuando, visítanos más seguido, ¡hay muchos lugares turísticos interesantes que todavía no conoces!”
¿En 2011 nos encontramos frente a otro México? Sin duda, la seguridad y la paz social han cambiado radicalmente. Ahora la gente tiene miedo e incertidumbre ante tantos sucesos sangrientos que han ensombrecido a nuestro querido México.
¿Qué hacer ante este panorama preocupante y desolador? En primer lugar, como ya decía, rezar por nuestra Patria. En segundo lugar, mantenernos unidos en torno al Presidente de la República, para no dejarlo solo en estos momentos tan aciagos. Y en tercer lugar, fomentar la unidad y solidaridad entre todos los mexicanos.
“México es más grande que sus problemas” ha comentado en reiteradas ocasiones el Presidente Calderón. Considero que no debemos permitir que un puñado de delincuentes resquebraje esa cohesión nacional, de una nación que se ha ido forjando desde inicios del siglo XVI, bajo el manto de la Virgen de Guadalupe.
Septiembre es el mes dedicado a la Patria. Me parece un tiempo muy propicio para reflexionar acerca de cómo podemos ayudar a mejorar socialmente en ese pequeño entorno donde nos movemos habitualmente; en participar activamente en los movimientos cívicos pacíficos y constructivos que buscan reinstaurar la seguridad y la concordia nacional, en unión con las autoridades civiles y las fuerzas del orden.
Es una buena oportunidad para brindar esperanza y solidaridad a aquellas personas atribuladas por la violencia y recuperar nuestras tradiciones, nuestro folklor y la esencia de lo mexicano que se ha ido sedimentado durante casi cinco siglos. ¡Constituye un gran tesoro humano y espiritual que no podemos perder! En síntesis, septiembre es un tiempo para crecer decididamente en nuestro amor por México y saberlo transmitir a las nuevas generaciones. Pero eso depende de ti y de mí; de cada uno de nosotros en lo individual.