¿Qué hago con mi hijo?
La fuerza de la oración
1) Para pensar
No es raro, ni nuevo escuchar con frecuencia la pregunta, entre angustiada y desesperada, de una madre: “¿Qué más puedo hacer por mi hijo que no me hace caso?” Pues queriendo lo mejor para su hijo o su hija, ve que cada vez se va alejando más de Dios.
El Papa Benedicto, conocedor como nadie de la situación actual por la que pasa la humanidad, afrontó esta problemática el último domingo de agosto pasado. Aprovechó que estaban cerca las fiestas de dos grandes santos, madre e hijo: Santa Mónica y San Agustín.
Comenzó por decirnos que: “sus testimonios pueden ser de gran consuelo y ayuda para muchas familias también de nuestro tiempo. Mónica, nacida en Tagaste, en la actual Argelia, de una familia cristiana, vivió de manera ejemplar su misión de esposa y de madre, ayudando a su marido Patricio a descubrir, poco a poco, la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien. Tras la muerte de él, ocurrida precozmente, Mónica se dedicó con valor al cuidado de sus tres hijos, dos hermanos y una hermana, entre ellos San Agustín, quien al principio le hizo sufrir con su temperamento más bien rebelde. Como dirá después el propio Agustín, su madre le engendró dos veces; la segunda requirió una larga tribulación espiritual, hecha de oración y de lágrimas, pero coronada al final por la alegría de verle no sólo abrazar la fe y recibir el Bautismo, sino también dedicarse enteramente al servicio de Cristo”.
2) Para pensar En la actualidad, además de los conflictos internacionales, nos enfrentamos a otros más cercanos: los familiares. El Papa lo afirma: “¡Cuántas madres están angustiadas porque sus hijos se encaminan por senderos equivocados!”. Pero en santa Mónica hallamos la solución: “Mónica, mujer sabia y sólida en la fe, las invita a no desanimarse, sino a perseverar en la misión de esposas y de madres, manteniendo firme la confianza en Dios y agarrándose con perseverancia a la oración”.
Ante los conflictos familiares, sucede que a veces ya no se sabe que remedio utilizar. El Papa nos recuerda que la oración es poderosa. Y lo es porque para Dios no hay imposibles.
Toda la vida de San Agustín fue una apasionada búsqueda de la verdad. Al final descubrió en Cristo el sentido último y pleno de la propia vida y de toda la historia humana. Nos recuerda el Papa: “En la adolescencia, atraído por la belleza terrena, «se lanzó» a ella –como él mismo se sincera (Confesiones, 10,27-38)- de manera egoísta y posesiva con comportamientos que crearon no poco dolor en su piadosa madre. Pero a través de un fatigoso itinerario, gracias también a las plegarias de ella, Agustín se abrió cada vez más a la plenitud de la verdad y del amor, hasta la conversión, ocurrida en Milán”.
3) Para vivir San Agustín escribe unas bellas palabras en su célebre libro de las Confesiones: «Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. He aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba... Estabas conmigo y yo no estaba contigo... Me llamaste, me gritabas, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y echaste de mis ojos mi ceguera».
Pidamos a través de la oración a Dios, teniendo como intercesores a Santa Mónica y a San Agustín, el don de un sincero y profundo encuentro con Cristo, un encuentro sobre todo también para todos aquellos jóvenes que, sedientos de felicidad, la buscan recorriendo caminos equivocados y se pierden en callejones sin salida. Pues sólo Él puede saciar los deseos profundos del corazón humano. Y que el ejemplo de Santa Mónica, aliente y ayude a los padres de familia en su noble misión de educar cristianamente a sus hijos.