1) Recuperar el sentido de un Dios que nos ama como Creador y Padre, ante quien hemos de ser agradecidos. Para ello, cultivar constantemente la relación con Dios; recitar muchas veces, con confianza, la oración que Jesús nos enseñó —el Padrenuestro— disfrutándola, meditándola, practicándola. Cultivar la actitud de ser agradecidos con Dios: por la vida que nos concede cada día, por tener familia, trabajo, amigos, salir adelante...
2) Recuperar el sentido de nuestros pecados. Todos hemos pecado; reconocerlo es un signo de valentía y humildad. Pero los reconocemos ante un Dios que es lento para enojarse y generoso para perdonar, clemente y compasivo. Ayuda saber pedir perdón y perdonar en familia, lo cual no nos rebaja sino que nos ennoblece, especialmente a los adultos; así los niños y los adolescentes también aprenden a pedir perdón. Perdonar y pedir perdón en familia, que cada uno se sepa digno y valioso.
3) Atrevernos a cultivar la actitud del hijo pródigo, que se anima a regresar a la casa paterna confiando en que su padre no lo rechazará. Promover en la relación familiar a darnos tiempo para escucharnos, especialmente escuchar a quien ha vivido una experiencia negativa y dolorosa. También en familia, animarnos y prepararnos a la confesión individual, especialmente en este tiempo de Cuaresma.
4) Gozar la fiesta del perdón y del reencuentro que Dios Padre organiza en beneficio nuestro. El sacramento de la Reconciliación es la delicia del perdón que Dios nos regala; la Eucaristía es la fiesta de Cristo Jesús que se ofrece en sacrificio a Dios Padre y en banquete a nosotros.
Los valores que implican estas actitudes han de ir siendo cultivados desde la más tierna infancia. Tengamos en cuenta que los hábitos se forman a través de frecuentes conductas. Los buenos hábitos no son sólo fruto de estudio y reflexión, sino, sobre todo, fruto de obras buenas que se aman. De esta manera la penitencia cuaresmal —incrementando la oración, el ayuno y la limosna— no es la fatiga de algo molesto y cansado, sino el baño saludable que nos regenera en la condición de hijos de Dios.