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Por qué me convierto del islam al catolicismo

Por qué me convierto del islam al catolicismo

Querido director: Lo que te voy a contar se refiere a una decisión de
fe y de vida personal, que, de ninguna manera, quiere implicar al
'Corriere della Sera', del que me honro en formar parte desde 2003, con
el cargo de vicedirector 'ad personam'. Te escribo, por lo tanto, como
protagonista de la vivencia y como ciudadano privado. El Domingo por la
noche me convertí a la religión católica, renunciando a mi anterior fe
islámica.

De esta forma y por la gracia divina, vio la luz el fruto sano y maduro
de una larga gestación vivida en medio del sufrimiento y de la alegría,
entre la profunda e íntima reflexión y la consciente y manifiesta
exteriorización.

Estoy especialmente agradecido a Su Santidad, el Papa Benedicto XVI,
que me administró los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo,
Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, durante la
solemne celebración de la Vigilia Pascual. Y adopté el nombre cristiano
más sencillo y explícito: "Cristiano".

Desde el domingo, pues, me llamo Magdi Cristiano Allam. El del domingo
fue, para mí, el día más bello de mi vida. Adquirir el don de la fe
cristiana en la celebración de la Resurrección de Cristo de manos del
Santo Padre es, para un creyente, un privilegio inigualable y un bien
inestimable.

A mis casi 56 años, es en mi historia personal un hecho histórico,
excepcional e inolvidable, que marca un punto de inflexión radical y
definitivo respecto al pasado.

El milagro de la Resurrección de Cristo se ha reflejado en mi alma,
liberándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la
intolerancia hacia el 'diferente', condenado acríticamente como
'enemigo', priman sobre el amor y el respeto al 'prójimo', que es
siempre y en cualquier circunstancia 'persona'.

Al mismo tiempo, mi mente se ha liberado del oscurantismo de una
ideología que legitima la sumisión y la tiranía, permitiéndome
adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y de la
Libertad. En mi primera Pascua como cristiano, no sólo he descubierto a
Jesús, sino que he descubierto, por vez primera, al auténtico y único
Dios, que es el Dios de la Fe y de la Razón.

Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de una gradual y
profunda reflexión interior, a la que no pude sustraerme, dado que,
desde hace cinco años, me veo obligado a llevar una vida blindada, con
vigilancia fija en mi casa y con la escolta de los carabineros en todos
mis desplazamientos, por culpa de las amenazas y de las condenas a
muerte dictadas contra mí por los extremistas y los terroristas
islámicos, tanto por los residentes en Italia como por los que viven en
el extranjero.

He tenido que interrogarme, pues, sobre la actitud de los que han
dictado públicamente fatuas (condenas jurídicas islámicas),
denunciándome a mí, que era musulmán, como "enemigo del islam", como
"hipócrita cristiano copto que finge ser musulmán para perjudicar al
islam" y como "traidor y difamador del islam", legitimando de esta
forma mi condena a muerte.

Me he preguntado a menudo cómo es posible que a alguien como yo que
luchó de una forma convencida y ardiente por un 'islam moderado',
asumiendo la responsabilidad de exponerme en primera persona en la
denuncia del extremismo y del terrorismo islámico, haya terminado por
ser condenado a muerte en nombre del islam y tras una supuesta
legitimación coránica.

Un islam conflictivo

De esta forma me fui dando cuenta de que, más allá de la coyuntura que
registra la implantación del fenómeno de los extremistas y del
terrorismo islámico en todo el mundo, la raíz del mal está inscrita en
un islam que es fisiológicamente violento e históricamente, conflictivo.

Paralelamente, la Providencia me ha ido poniendo en el camino a
personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su
testimonio y de su amistad, se convirtieron, poco a poco para mí, en
punto de referencia en el plano de las certezas de la verdad y de la
solidez de los valores.

Comenzando por tantos amigos de Comunión y Liberación, con Don Julián
Carrón a la cabeza; por sencillos religiosos como Gabriele Mangiarotti,
sor Maria Gloria Riva, Don Carlo Maurizi y el padre Yohannis Lahzi
Gaid; o por el redescubrimiento de los salesianos gracias a Don Angelo
Tengattini y Don Maurizio Verlezza, culminado en una renovada amistad
con el Rector Mayor, Don Pascual Chávez Villanueva; hasta el abrazo de
altos prelados de gran humanidad como el cardenal Tarcisio Bertone,
monseñor Luigi Negri, Giancarlo Vecerrica, Gino Romanazzi y, sobre
todo, monseñor Rino Fisichella, que me ha acompañado personalmente en
mi recorrido espiritual de aceptación de la fe cristiana.

Pero indudablemente el encuentro más extraordinario y significativo en
la decisión de convertirme fue el que mantuve con el Papa Benedicto
XVI, al que siempre he admirado y defendido siendo musulmán, por su
maestría a la hora de establecer el vínculo indisoluble entre la fe y
la razón como fundamento de la auténtica religión y de la civilización
humana, y al que me adhiero plenamente como cristiano por inspirarme
una nueva luz en el cumplimiento de la misión que Dios me ha reservado.

Afrontaré mi destino con la cabeza alta

Querido director, me has preguntado si no temo por mi vida, consciente
de que la conversión al cristianismo implicará ciertamente una enésima,
y mucho más grave, condena a muerte por apostasía. Tienes razón. Sé a
lo que me expongo, pero afrontaré mi destino con la cabeza alta y
erguida y con la solidez interior del que tiene la certeza de la propia
fe.

Y todavía más, después del gesto histórico y valiente del Papa que,
desde el primer momento en que tuvo noticias de mi deseo, aceptó de
inmediato administrarme en persona los sacramentos de la iniciación al
cristianismo.

Su Santidad lanzó un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia
que, hasta ahora, quizás haya sido demasiado prudente en la conversión
de musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de
mayoría islámica y silenciando la realidad de los conversos en los
países cristianos. Por miedo.

Por miedo a no poder ayudar a los conversos frente a la condena a
muerte por apostasía y por miedo a las represalias sobre los cristianos
residentes en los países musulmanes. Pues bien, hoy, Benedicto XVI, con
su testimonio, nos dice que hay que vencer el miedo y no temer a la
hora de proclamar la verdad de Jesús incluso a los musulmanes.

Por mi parte, quiero afirmar que es hora de poner fin al puro arbitrio
y a la violencia de los musulmanes, que no respetan la libertad
religiosa. En Italia, hay miles de conversos al islam que viven
serenamente su nueva fe. Pero también hay miles de musulmanes
convertidos al cristianismo, que se ven obligados a ocultar su nueva fe
por miedo a ser asesinados por los extremistas islámicos, que se
ocultan entre nosotros.

Por una de esas casualidades que evocan la mano del Señor, mi primer
artículo escrito en el Corriere el 3 de septiembre de 2003 se titulaba
Las nuevas catacumbas de los islámicos conversos. Era una investigación
sobre algunos neocristianos que, en Italia, denunciaban su profunda
soledad espiritual y humana frente a la contumacia de las instituciones
del Estado, que no tutelaban su seguridad, y frente al silencio de la
propia Iglesia.

Pues bien, quiero que del gesto histórico del Papa y de mi testimonio
extraigan el convencimiento de que llegó el momento de salir de las
tinieblas de las catacumbas y proclamar públicamente su voluntad de ser
plenamente ellos mismos.

Si aquí, en Italia, la cuna del catolicismo, si aquí, en nuestra casa,
no somos capaces de garantizar a todos la plena libertad religiosa,
¿cómo podremos ser creíbles cuando denunciamos la violación de dicha
libertad en otras partes del mundo? Pido a Dios que esta Pascua
especial otorgue la resurrección del espíritu a todos los fieles en
Cristo, que, hasta ahora, han estado sojuzgados por el miedo.

Magdi Cristiano Allam