Entran dos chicas de aspecto filipino a un restaurante de comida rápida del tipo de Kentucky Fried Chicken y piden en la barra lo que gustan comer. Después de recibir su pedido se van a una mesa mientras platican entre ellas y con sus amigas por sus celulares. Ambas son alegres y joviales. Luego salen del restaurante, dejando sus platos con sobras porque no terminaron lo que habían pedido, en tanto que el joven encargado de la limpieza recoge los platos, limpia la mesa y tira los deshechos en un bote grande que está en la cocina. Nada extraño en la escena, todo parece normal, pero por la noche…
Aparece un hombre en la oscuridad tripulando una bicicleta de carga, de esas que se usan para distribuir el pan a las panaderías, transitando por un callejón hasta que se detiene ante una pequeña puerta, la que toca con los nudillos y por la que aparece otro hombre que le permite entrar. Es la cocina del restaurante, donde está el bote de desperdicios hacia el que se dirige el hombre de la bicicleta para destaparlo y vaciar su contenido en otro bote que él mismo traía consigo. Al tiempo que pasa el contenido, de un bote al otro, con cuidado va separando algunas piezas de pollo, las que tienen más carne pegada al hueso; unos trozos de pan, los más completos; rebanadas de papas fritas a la francesa y unos fideos. Todo esto que separa lo pone en una bolsa amarilla de plástico que cierra con un nudo. Luego sale por la misma puerta de atrás, coloca su bote lleno de desperdicios en su bicicleta y emprende la marcha pedaleando pesadamente hasta que…
Llega al amanecer, transportando su carga de desperdicios de comida, los de las dos chicas y los de otros muchos clientes, a una pobrísima aldea mientras con dificultad rueda sobre el piso de tierra entre hondonadas y baches. De pronto, al verlo, se lanzan corriendo hacia él varios niños, todos descalzos pero con las caritas vestidas de alegría y adornadas con sonrisas. ¿Cómo no han de estar alegres? ¡Ha llegado la comida! Se acercan al bote, lo destapan e inicia el festín. Todos sacan comida, se la llevan a la boca y se la reparten entre ellos mismos. Un pequeñito hasta se mete al bote para sacar más. La escena es triste, porque se alimentan de desperdicios, pero se ilumina con la felicidad de esos alegres comensales.
Es la colonia en la que vive el hombre de la bicicleta. Es un lugar pobre que por todos lados muestra su miseria rodeada de cubetas que evidencian la falta cotidiana del agua. Es una colonia en la que no se cuenta con qué comer ese día, como todos los días.
El hombre de la bicicleta deja a los niños saboreando su “banquete” mientras él se dirige hacia una pequeña vivienda de madera. Empuja la puerta y entra a esa que es su propia casa en la que le esperan dos niñitos, ya sentados a una mesa vieja y desvencijada, y su esposa que carga a un bebecito. Es su familia. La mamá coloca un plato frente a cada uno mientras que el papá pone al centro la bolsa amarilla de plástico en la que había apartado las mejores piezas de pollo, las que tienen más carnita, los panes, las papas y los fideos. Cuando desata el nudo de la bolsa desata también la señal de que pueden servirse en los platos, cosa que todos hacen apresuradamente aunque de manera equitativa. Los dos hermanitos se llevan a la boca unas piernitas de pollo para empezar a comer pero su papá se los impide…
Con una seña de la mano les indica que no deben comer y moviendo la cabeza confirma que todavía no ha llegado ese momento. Los chiquitos dejan sus huesos de pollo sobre sus platos y voltean a ver a su papá quien les hace una nueva indicación al juntar las manos, gesto que imitan todos. Luego el papá se persigna, cierra los ojos y eleva una oración al Cielo mientras su esposa y sus hijos hacen lo mismo: dar gracias a Dios por el don recibido.
Lo anterior es mi narración de un video que me hizo llorar. Es un cortometraje de seis minutos, de Ferdinand Dimadura, que bien podría ser la puesta en video de la encíclica “Caritas in veritate” de Benedicto XVI porque precisamente de eso trata esta encíclica. Ahora busque en Youtube el video “Chicken a la carte” y lea la encíclica. Le aseguro que tendrá que limpiar lágrimas de emoción.