Hablando de los valores que los mexicanos reconocemos en el ámbito familiar, el hecho de pertenecer a una familia es un valor que ocuparía, según algunos estudios, el sexto lugar en la jerarquía de valores en este campo.
Lo que valoramos de esta pertenencia, es el hecho de que, el formar parte de una familia, nos da un sentido de identidad y define nuestro papel en la sociedad.
En los estratos económicos medio alto y alto, esta pertenencia va muy ligada a un sentido de prestigio, a una imagen personal; en otros estratos tal vez el prestigio tiene un ámbito más limitado. Claramente, este prestigio se da con mayor frecuencia en las ciudades medias y en comunidades menores, que en las grandes ciudades, donde las personas, en general, llevan una vida un tanto más anónima, por la dificultad de que todos se conozcan; pero en general sigue siendo válido aún en las grandes ciudades entre los círculos relativamente cerrados de las elites económicas, culturales, académicas y de otros tipos.
Este valor va ligado a un cierto orgullo, legítimo por otro lado, que uno siente su familia, por los logros que tienen, por las cualidades y capacidades que se comparten entre los miembros de la familia. Hay en este sentido de pertenencia algo de reconocernos a nosotros mismos en otros que tienen nuestras raíces.
Estas cualidades pueden ser de muy diverso tipo. Pueden ser físicas (“…sacaste la barbilla partida de los Sáinz”), intelectuales (“… salió bueno para la química, como todos los Giral”), morales (“… eres bondadoso como los Guizar”) y de muchos otros tipos. Estas características que compartimos con aquellos que llevan nuestra sangre, nos hace sentir parte del grupo familiar y, en ocasiones, es un incentivo para “estar a la altura” de las características de la familia. También, a veces, puede constituir una carga pesada, sobre todo para los pequeños que se sienten obligados a ser tan buenos o más, en algún tema, que lo que son sus padres, hermanos o primos.
Eso que llamamos “el aire de familia”, que nos hace reconocernos y que otros nos reconozcan, puede darse de muchas maneras, no solo en lo físico, sino muchas veces en lo que no es tangible con facilidad; en el carácter, en los modales, hasta en el modo de hablar, de razonar y de discutir.
Este valor, claramente, es muchas veces el fruto de una unión familiar, de la convivencia cariñosa, amable, plena de preocupación de los unos por los otros, que hace que admiremos a nuestra familia, y nos sintamos orgullosos de pertenecer a ella; que nos lleva, aún sin proponérnoslo, a imitar de manera inconsciente los modos de hablar, de pensar y de ser de nuestros familiares. Más importante aún, este valor de pertenencia es algo que da a nuestros hijos sentido de identidad, el concepto de que no están solos en este mundo, que hay un grupo al que pertenecen y que les reconocen como propios.
Por supuesto, y como ocurre con todos los valores, es posible exagerar en este valor. Por ejemplo, este aprecio por el modo de ser de nuestra familia nos puede llevar a despreciar a otros, a pensar que solo el modo como vemos las cosas en la familia es válido y que “los demás”, entendiendo por esto a todos los que no son de nuestra familia, están equivocados o, peor aún, son inferiores. También puede ser una barrera para el desarrollo individual de los miembros de la familia. Esto se ve mucho en la orientación vocacional; Muchachas y muchachos que estudian derecho o medicina, por ejemplo, no porque les guste o tengan cualidades para ello, sino porque esa es la tradición familiar y, de alguna manera, es lo que se espera de ellos. “La nuestra es una familia de abogados…”; “…los Topete somos médicos”, se dice a veces como el argumento concluyente para que los hijos sigan alguna profesión. Una actitud, por supuesto, errada y que lleva a fracasos y tiempos perdidos en la formación de los muchachos o, peor aún, en su vida profesional.
¿Cómo se desarrolla este valor? Arriba se comenta que el sentido de pertenencia es el fruto de la unidad familiar, del cariño y la preocupación de unos por otros. Esto es, por supuesto, lo esencial. Pero hay más. Las historias de familia, las remembranzas hechas en grupo, los relatos que hacen los ancianos de la familia, las tradiciones y celebraciones familiares van reforzando este sentido de pertenencia, ese aprecio por lo que nos da identidad como familia, no solo a los pequeños de la casa sino también a los mayores. Esto es lo fundamental de las tradiciones y celebraciones familiares. No es la comida o la bebida, no son los regalos que se intercambian, ni siquiera es la ocasión que celebramos. Es la oportunidad de conocernos y reconocernos en la unidad de nuestras raíces.
La pertenencia, finalmente, es el valor que nos hace gozar del hecho de ser una familia. Y pocas cosas son más importantes que esto.