¿Alguien te ha hecho tanto daño que sientes que no puedes perdonarle? Recuerda que el que guarda rencor es el que sufre más y además, tiene una deuda con Dios, pues El espera, como lo dice en el Padre Nuestro, que perdonemos a los que nos ofenden.
“Padre Nuestro ... perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden...”. Cristo da por descontado que SÍ perdonamos y por eso nos atrevemos a pedirle que El nos perdone a nosotros, ¿pero esto es cierto? Cuántas ocasiones guardamos resentimientos hacia otras personas y vivimos atentos y deseando que les vaya mal, por todo el daño que nos ocasionaron.
Realmente es difícil ser indiferentes y menos amar a los que nos hacen daño, entonces ¿qué podemos hacer? Nos ayudará mucho el reconocer que perdonar no significa olvidar.
Esto sí que es difícil, porque como seres humanos tenemos la capacidad de retener recuerdos de todo tipo, pero sobre todo se conservan con más lucidez los que nos hacen sufrir. Estos recuerdos, en muchas ocasiones, nos vuelven a la mente con lujo de detalles: temperatura del ambiente, colores, objetos alrededor, personas involucradas y hasta cómo estaban vestidas.
Por esta razón, no intentemos olvidar, ya que así se vuelve más difícil el perdón. De lo que se trata es de recordar sin dolor. Esto es más factible, pero ¿cómo lograrlo? Decidiendo de antemano que no se va a alimentar el odio hacia ese recuerdo, es decir, no cavilar y menos repetirse a sí mismo lo malo que fue aquella o aquellas personas que nos dañaron, sino cambiando la imagen que nos afecta.
Toda ocasión en que regrese el recuerdo desagradable, busquemos algo que nos ayude a cambiar de tema, ya sea hablando de algo agradable o leyendo un buen libro o viendo un programa de televisión, cualquier cosa que nos ayude a distraer la mente y no permitirle estacionarse en el recuerdo negativo.
Si practicamos esta técnica, cada vez nos será más fácil evitar lo que nos daña y cada vez será de menor impacto. Esto no quiere decir que debemos obligarnos a no pensar, porque así provocamos tener mayor atención en el mal pensamiento; de lo que se trata es que cada vez que nos llegue el recuerdo, suavemente cambiemos de “canal”.
A veces el perdón implica reconciliación, cuando la relación entre las personas involucradas puede recuperarse. Pero en otras ocasiones, el perdón implica alejarse de la persona que nos dañó; esto depende de las circunstancias y de lo que sea mejor para todos los afectados.
La Iglesia, a través del Sacramento de la Confesión, pone a nuestro alcance ir aliviando esa sensación de acoso de los recuerdos dolorosos, ya que cada vez que reconocemos que guardamos rencor y que sinceramente deseamos evitarlo, vamos bajando la intensidad de nuestro enojo hasta que efectivamente logramos que no nos afecte. También con la oración diaria podemos ir aliviando nuestros rencores, pidiendo al Espíritu Santo fortaleza para perseverar en nuestro intento de perdonar.