Faltan pocos días para que termine el “Año Paulino” que fuera promulgado por Benedicto XVI hace casi un año, el 28 de junio de 2008, con motivo de las celebraciones del bimilenario del nacimiento del Apóstol de los Gentiles.
Aquel día, en la Basílica de San Pablo extramuros, en Roma, el Papa dijo que ese “sagrado lugar, fuera de las murallas, es sin duda más apropiado que nunca para conmemorar y celebrar a un hombre que estableció un vínculo entre la lengua griega y la mentalidad romana de su tiempo, despojando a la cristiandad, de una vez por todas, de toda estrechez mental, y forjando para siempre el fundamento católico de la iglesia ecuménica”, luego hizo notar que el Año paulino ayudaría “al pueblo cristiano a renovar el empeño ecuménico” y pidió que “se intensifiquen las iniciativas comunes tendentes a la comunión entre todos los discípulos de Cristo”.
Pero Benedicto XVI hizo algo más, logró que la misericordia divina del Padre Eterno se hiciera realidad tangible entre quienes en Cristo creemos, cuando concedió Indulgencia Plenaria, durante este Año Paulino, a todos aquellos que quisieran levantarse y volver a Dios para sentir de nuevo el abrazo amoroso del Padre que espera el regreso del hijo que un día se fue. El Papa concedió el don de la Indulgencia para facilitarnos el acercamiento al infinito perdón de Dios.
En efecto, la indulgencia con motivo del Año Paulino se puede ganar con las condiciones de siempre, consistentes en: confesión sacramental, comunión sacramental, rezo de un Padrenuestro, una Ave María, orar por las intenciones del Santo Padre, y, durante este Año de Gracia, participar en alguna celebración litúrgica dedicada a San Pablo.
La Indulgencia plenaria concede el perdón total de los pecados y la remisión absoluta de todas las culpas, lo que significa que, aunque los pecados sean perdonados en el confesionario con el sacramento de la reconciliación, la culpa (o la consecuencia histórica del agravio cometido contra Dios o contra el prójimo) permanece por siempre, culpa que sólo podrá ser purificada después de la muerte en el Purgatorio. La Indulgencia plenaria borra por completo, de manera total y plena, esas culpas, por lo que este gran don de Dios nos evitará pasar por el Purgatorio.
El Purgatorio es Verdad de fe y como tal debe ser creída por todo bautizado, pero a partir de años recientes ha ido cayendo en la incredulidad de algunos. Sin embargo, el Purgatorio es real, mucho más de lo que pueda suponerse porque este destino provisional previo al destino final que es la Casa del Padre, en el Cielo, es consecuencia de la misericordia de Dios y no de su justicia.
La justicia de Dios es infinita porque es divina y lo mismo sucede con su misericordia, que también es infinita porque es divina. En el juicio final e individual, debemos preguntarnos todos los creyentes, ¿qué podrá más, la justicia de Dios o su Misericordia?
Si Dios se inclinara por ser justo, con certeza todos iríamos a parar al infierno (que es el basurero, dicho de otra forma), pero porque a veces puede más su misericordia es por lo que existe el Purgatorio, porque aunque nos ame como amoroso Padre no puede dejar de ser justo, y aunque quiera que “todos los hombres se salven” como explica el Evangelio, es un hecho que no todos los hombres quieren salvarse, como es verdad que Dios no salva al hombre sin la voluntad del hombre.
Para todo aquel que quiera salvarse, a pesar de sus pecados, pero con lo valioso de su arrepentimiento, existe la oportunidad, fuera de esta vida y de este mundo, de poder purificarse para presentarse después ante Dios, y es que nadie puede estar ante el Bien por excelencia ni siquiera en un 99.99% puro. Sólo puede estarse ante Dios totalmente limpio, no porque él lo impida sino porque el saberse sucio e impuro uno mismo, es impedimento propio, porque bajaríamos la mirada ante Dios y nos retiraríamos con vergüenza y dolor.
El Purgatorio consiste en experimentar todas las tristezas, penas, dolores y sufrimientos que uno mismo provocó en esta vida. Sólo eso puede proporcionar arrepentimiento, dolor de corazón y purificación al conocer que no debe obrarse el mal sino solamente el bien.
La Indulgencia plenaria también puede obtenerse para los difuntos que están en el Purgatorio (porque por los condenados ya nada puede hacerse), por lo que además de evitarnos ir a acompañarlos en su penitencia, nos permite sacarlos de allí, por gracia de Dios.
Faltan pocos días, sólo los de junio, hasta el domingo 29, para conseguirnos este perdón total. ¿Qué esperamos?