El tema de los abusos sexuales por parte de clérigos sigue muy presente en los medios de comunicación. Recientemente, Benedicto XVI envió a los católicos irlandeses una carta sobre esta crisis (21.III.2010), y el “New York Times” (25.III.2010) ha buscado involucrar al Papa mismo en la cadena de complicidad. Parecería que algunos han encontrado la oportunidad dorada para señalar el lado oscuro de la Iglesia; pero el resultado que han conseguido es la perdida de objetividad en su juicio sobre los sacerdotes. ¿Cuál es la justa valoración de estos abusos?
Para un juicio ponderado, lo primero es entender las proporciones de los datos. Luigi Accattoli, un prestigiado vaticanista, aporta este importante análisis: desde 1995 se han denunciado en Alemania 210,000 casos de abusos sexuales; de ellos, sólo 94 afectan a personas o instituciones de la Iglesia católica (“Liberal”, 9-03-2010). Es decir, los clérigos sólo están relacionados con el 0.044 por ciento de las denuncias.
Pero, ¿por qué no se ventilan en la opinión pública el 99.9 por ciento restante de los casos? ¿Sólo si se trata de la Iglesia es noticia? El problema es que se ha creado una imagen falsa: como si sólo en la Iglesia pasara esto.
Ahora veamos los datos proporcionados por la Santa Sede. Mons. Scicluna, que es el “fiscal” del Vaticano para estos casos, explicó que en los últimos nueve años (2001-2010) se han analizado las acusaciones relativas a unos 3,000 casos de sacerdotes diocesanos y religiosos, por delitos cometidos en los últimos cincuenta años. De ellos, sólo el 10 por ciento eran actos de pederastia verdadera y propia, esto es, por atracción sexual hacia niños impúberes. De modo que son trescientos clérigos acusados en nueve años.
Y añadió el Prelado que trescientos “son siempre demasiados, desde luego, pero hay que reconocer que el fenómeno no está tan difundido como se dice”. En efecto, actualmente la Iglesia cuenta con 400,000 sacerdotes, de modo que los acusados representan el 0.075 por ciento de los clérigos. De nuevo, se proyecta ante la opinión pública una falsa imagen, que parece sugerir que una “gran cantidad” de clérigos fueran depredadores.
Para formarse una opinión objetiva también hay que darse cuenta que sí hay una campaña difamatoria contra la Iglesia. Para muestra un botón: El “Times” (13.III.2010) se hizo eco de una acusación hecha por el “Süddeutsche Zeitung”, que afirmó que un sacerdote de la diócesis de Essen, Peter Hullermann, acusado de abusos sexuales a un muchacho de 11 años, fue recibido en la diócesis de Münich y Frisinga, cuando el Card. Ratzinger era el Arzobispo.
En realidad, el Cardenal sólo autorizó que viviera en una residencia de sacerdotes de Münich mientras recibía una terapia. En diciembre de 1981, Ratzinger fue nombrado colaborador de Juan Pablo II, y se fue a vivir definitivamente a Roma. Fue hasta diciembre de 1982, cuando el vicario general de Münich, Gerhard Gruber, decidió asignar a Hullermann a una parroquia. En un comunicado reciente, Gruber reconoce su error y asume “toda la responsabilidad”. Como se puede observar la intención de estos medios era acusar al Papa de haber cometido lo mismo que él condenó de los obispos irlandeses: encubrir a los culpables.
No puede ser ponderada una valoración que, en vez de buscar justicia hacia las víctimas, pretende el descrédito de la Iglesia, sin reconocer que se trata de un problema no generalizado, y sin reconocer el gran bien que la Iglesia ha aportado a millones de personas.