Pecados y pecados
Es fácil encontrar a personas que no saben exactamente qué es el pecado, cuáles son los tipos de pecados que existen, y cómo distinguir si una cosa que han hecho es o no es pecado. Son personas que quizá han ido a varios cursos de catequesis, han estudiado religión, han nacido tal vez en una familia cristiana. Pero sobre este tema, por motivos diversos, las ideas están más bien confusas, y no distinguen bien entre los actos que nos alejan de Dios y de la Iglesia (eso es el pecado) y los que no.
De modo breve, podríamos recordar que el pecado es, ante todo, algo que nos aparta del buen camino, que nos aleja del amor. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1849) enseña que el pecado es una falta “al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”.
Si el pecado consiste en faltar al amor, entonces resulta fácil distinguir entre dos tipos de pecados: los pecados mortales, y los pecados veniales. El pecado moral mata el amor y nos lleva a separarnos del fin de nuestra vida, Dios. El pecado venial, en cambio, es un acto que, sin romper completamente el amor, sin apartarnos del todo del fin, daña nuestra vida al hacernos menos perfectos.
Ejemplos claros de pecados mortales son el crimen, la blasfemia, el robo o el adulterio. Serían, en cambio, pecados veniales, ceder unos minutos a la pereza, perder el tiempo en conversaciones inútiles, estar en misa con el pensamiento en lo que vamos a hacer cuando termine la ceremonia.
La Iglesia nos recuerda que, para que exista un pecado mortal, deben darse tres condiciones: que el acto sea grave (“materia grave”), que se cometa con pleno conocimiento, y que antes haya habido un consentimiento deliberado. Recordemos brevemente estas tres condiciones.
Materia grave: coincide fundamentalmente con los Diez Mandamientos. Dios nos pide que le amemos, que respetemos su Nombre, que santifiquemos las fiestas, que honremos a nuestros padres, etc. Todo ello es parte de nuestra vocación cristiana al amor. Cuando no vivimos los Mandamientos, el amor se marchita, la unión con Dios se pierde: fallamos en nuestra amistad con Dios y en la unión con los demás.
Pleno conocimiento (o “advertencia plena”): es posible que, sin saber lo que se hace, uno cometa un acto grave. Por ejemplo: disparo un fusil para ahuyentar a un perro peligroso, pero la bala sale con una trayectoria extraña y termina por matar a un niño escondido detrás de un matorral cerca del perro. Yo no sabía (no tenía “pleno conocimiento”) que había un niño ahí cerca, así que no tengo culpa directa por haber producido su muerte. Otro ejemplo: no sé que emborracharme es materia grave (¡lo es!, pero no me lo han dicho nunca) y me emborracho... No cometí pecado mortal porque no sabía que emborracharse era materia grave.
Consentimiento libre: a veces uno conoce que algo es malo, pero toma su decisión en un estado de angustias o de confusiones internas que le quitan la libertad; o tal vez se encuentra en esos momentos en los que estamos entre despiertos o dormidos y no controlamos bien nuestros actos. Un acto cometido así no es pecado, precisamente porque falta algo típico del hombre: la opción libre. En cambio, sí es pecado lo que hacemos a sabiendas y porque lo queremos, incluso cuando lo queremos como una especie de desahogo o con excusas (“estoy tenso”, “total, todos lo hacen”, “sé que está mal, pero por una vez que lo haga no pasa nada”, etc.).
Detenernos aquí es quedarnos a mitad del camino, pues la historia del pecado no termina en el momento en el que tenemos la desgracia de cometerlo. Después del pecado se producen una serie de consecuencias, de tipo personal (el daño que nos hacemos a nosotros mismos), de tipo social (el daño que hacemos a los demás) e, incluso, de tipo cósmico.
Sin embargo, todo el mal que se produce con el pecado no es capaz de apagar el Amor de Dios, que viene en búsqueda de cada uno de sus hijos, que ofrece su perdón a quien se arrepiente, que levanta al caído, que da fuerzas al débil para reiniciar el camino. Son experiencias que podemos hacer en el sacramento de la confesión, y que llenan de una paz y de una alegría indescriptibles al corazón arrepentido.
El amor es más fuerte que el pecado, la misericordia ilumina los rincones más oscuros del alma de cada hombre y de cada mujer que se acercan a Jesucristo y le piden, con un arrepentimiento sincero, perdón...
Para profundizar:
http://es.catholic.net/escritoresactuales/251/462/articulo.php?id=7087