Robert G. Edwards, “inventor” de la fecundación “in vitro”, ha sido galardonado con el Premio Nobel en ciencias. Es un premio científico con grandes repercusiones éticas. ¿Es moralmente bueno manipular la paternidad y la maternidad? ¿Es ético todo lo que la ciencia es capaz de conseguir?
El pasado 5 de octubre Göran K. Hansson, secretario del Comité de Fisiología y Medicina del Nobel, afirmó que el método creado por Edwards, junto con su colega Patrick Steptoe (fallecido en 1988), es una esperanza para las mujeres con infertilidad. Según Hansson, “la visión de Edwards representó una revolución en ciencia y una oportunidad para muchas mujeres en el mundo”.
Edwards descubrió los principios básicos de la fertilización humana y su método dio resultado el 25 de julio de 1978, cuando nació Lucy Brown, el primer “bebé de probeta”. Se estima que, a la fecha, al menos 4 millones de bebés han nacido mediante este proceso.
Sin embargo, desde el punto de vista ético hay mucho que decir. Sin duda, cada una de las personas que haya sido engendrada por este método posee plena dignidad humana y es hija de Dios. Pero esto no le quita importancia a los atropellos a que fueron sometidos otros seres humanos, fallecidos en la fase embrionaria, utilizados en este método.
La fecundación “in vitro” (FIVET) puede ser vista desde dos aspectos: subjetivo y objetivo. El primero hace referencia a los deseos de paternidad y maternidad de un matrimonio que no ha podido engendrar. Es un deseo legítimo, pero que no puede llegar al punto en que se presupone que el embrión no merece pleno respeto, cuando sus padres tienen un deseo que satisfacer. En tal caso, el hijo no es un fin en sí mismo, sino un medio utilizado por sus padres.
El aspecto objetivo radica en que el método mismo atropella a seres humanos verdaderos. El proceso de la FIVET consiste en producir una importante cantidad de óvulos, extraerlos de la madre, y fecundarlos en una probeta. De los óvulos fecundados –que ya son un ser humano vivo, distinto de sus padres–, unos son implantados en el útero y otros conservados en refrigeración, por si hacen falta más adelante.
Muchos de esos embriones mueren durante el proceso. En declaración del Dr. Marco Antonio Cruz Téllez, especialista del Centro Médico Nacional La Raza, “el principal reto es que cada intento de fertilización su porcentaje de éxito no rebasa el 20 por ciento, y se debe tener un mayor porcentaje de posibilidades, porque no con el primer procedimiento se consigue un embarazo”.
En otras palabras, cada vez que se intenta un proceso de FIVET, mueren 8 de cada 10 seres humanos en estado de embrión. Además, también es muy trágico e inhumano que actualmente hay varios centenares de miles de embriones congelados: son personas que han sido privadas de nacer, en espera de ser implantados… o destruidos.
Desde el punto de vista de la deontología médica, sería poco sensato aprobar un tratamiento contra la enfermedad que fuera, en la que murieran 8 de cada 10 pacientes. Sin embargo, en el caso de la FIVET, se ve como algo normal que mueran el 80 por ciento de los embriones, los cuales ya son seres humanos.
¿Qué implicaciones éticas tiene este Nobel de medicina? El presidente de la Academia Pontificia para la Vida, Mons. Ignacio Carrasco de Paula, lo explica: “sin Edwards no habría el mercado de óvulos”, ni habría “congeladores llenos de embriones en espera de ser transferidos a un útero” pese a que “probablemente terminarán por ser abandonados o morir”.