Estar enamorado, sentir mariposas en el estomago, sonreír inesperadamente, ver el cielo más azul, usar mucho perfume, preocuparnos por nuestro aspecto físico, llamadas telefónicas eternas, son síntomas maravillosos que todos experimentamos, pero cuando se trata de nuestros hijos, el poema meloso se convierte en preocupación.
¿Será la novia apropiada?, se pregunta la futura suegra. ¿Será este “tipo” el novio que respete a mi hija?, se pregunta el padre que se rehúsa siquiera a pensar en la palabra yerno. Y todo comienza un buen día en el que aparece un adolescente en tu casa con un ramo de flores. O tu hijo se comienza a rasurar sin que se lo pidas.
Es entonces cuando todas las preocupaciones respecto al amor se convierten en un torbellino de dudas y sentimientos; para los padres la mortificación principal es que los hijos sostengan relaciones sexuales, por lo que arremetemos con preguntas, cursos y libros. Los hijos, por su lado, a pesar del Internet y los amigos, se quedan con mil y una dudas sin responder y no elaboran ninguna pregunta.
¿Cómo enseñar a amar? ¿Cómo hablarles del amor sexual? ¿Cómo ayudarlos a entender el amor? ¿Cómo responder a las preguntas que no hacen?
El amor no se aprende en los libros, o con largos sermones, enseñar a amar no es dar clases de planificación familiar o de biología, “el amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones”. es parte de nuestro ser y al mismo tiempo la opción fundamental del hombre (“Deus caritas est”).
El amor a la patria, el amor de los padres, el amor filial no son formas diferentes de amor, ni tampoco diferentes realidades para las que se usa una misma palabra; el amor es uno y empieza a desarrollarse desde el momento en que nacemos.
Así, el amor a primera vista se hace realidad en medio de dolores de parto, temores y gozo, como un presagio de nuestro destino.
Después, con el amor cotidiano “de sopa”, “de leche con chocolate” y “cuentos” aprendemos la importancia de los detalles, de las flores y los dulces y las tarjetas con corazones.
Cuando las personas a nuestro alrededor ven que no nos burlamos de nadie, que escuchamos con atención a los demás (hijos de todas las edades, marido hablando del negocio, amiga contando la misma historia de siempre), reciben la lección número 10: amor es hacer sentir bien a la persona amada.
Y cuando hay que estar en medio del dolor, o cuando lo mejor no es lo más placentero pero lo compartimos de igual forma, entonces reafirmamos que el amor todo lo puede, todo lo perdona y todo lo alcanza.
Es tiempo entonces para otra lección: aunque el amor muchas veces significa sacrificio, no necesariamente significa sufrimiento, y de esto aprendemos que amar es darse. Entregarse totalmente, sin condiciones, sin tiempo. El que ama es feliz dando; no por lo que recibe, sino porque satisface una necesidad básica de autorrealización.
Si desde que nacemos entendemos que el amor es innato, es darse, es buscar lo mejor para el ser amado, que a veces implica dolor, que todo lo perdona, no siempre es lo más placentero y además nos hace felices…
Y si lo repetimos con la misma intensidad en que procuramos que nuestros hijos se laven los dientes y hagan su tarea… para cuando empiecen a dibujar corazones en sus cuadernos tendrán una idea clara de lo que es el amor y entonces hablarles del amor sexual no será una complicación y el matrimonio será una consecuencia lógica.