Esta frase, ya antigua, fue el fruto de la “creatividad” de algún publicista del Gobierno para convencernos de que el dinero que pagamos en los impuestos estaba siendo bien empleado. La frase empezó a adornar artículos, obras en construcción, discursos, etc. Claro, como era de esperarse, la frase fue rápidamente tomada a chunga. Primero, en aquellas épocas de escasa democracia, nuestros gobernantes eran impuestos, no electos. De ahí que fuera tan fácil darle doble sentido a la frase. Después, la frase se usó para explicar o comentar las fortunas inexplicables de algunos: “Claro, - decía la gente- nuestros impuestos están trabajando”. Como era de esperarse, la campaña no logró sus objetivos. Todos seguíamos igual de escépticos sobre las bondades de pagar impuestos.
Hoy, algunas décadas después y una transición democrática de por medio, los mexicanos seguimos igual de escépticos. No queremos pagar, no estamos convencidos de que se necesitan pagar impuestos. La propia palabra es odiosa: Los impuestos no los imponen. No son el fruto de nuestra voluntad; no son algo que estemos convencidos de entregar. Las razones son múltiples. Que si se los apropian los gobernantes. Que si se usan mal. Que si son muy elevados. Que si son desproporcionados. Que si hay muchos que no los pagan. El caso es que pagar impuestos no forma parte de nuestros valores.
Ya lo decía Maquiavelo: “Los hombres olvidan más fácilmente la pérdida de su padre que la pérdida de su patrimonio”. En consecuencia, si el gobernante no quiere ser impopular, no debe dar la impresión de que está reduciendo el patrimonio de los gobernados.
Todo esto viene a cuento por la discusión que veremos en los días próximos sobre la tan traída y llevada Reforma Fiscal. Demagogos de todos los signos quieren aparecer como los defensores de nuestro patrimonio. Nos quieren convencer, como han tratado por décadas, de que podemos tener buenos servicios del Gobierno sin que nos cueste, o al menos, que les cueste a otros, no a nosotros. “Que paguen más los que más tienen”, es un ejemplo de las frases que usan para vendernos la idea de que, si solo votamos por ellos, habrá otros que paguen. O bien, que no hace falta aumentar los impuestos; para ello se inventaron las deudas. Claro, no nos dicen que las deudas después se tendrán que pagar, como están aprendiendo amargamente en Argentina, donde todos los gobiernos estatales se endeudaban alegremente y pagaban con certificados de deuda a sus empleados y proveedores.
Claro, a nadie va a hacer popular el decirnos que toda organización, llámese Gobierno, Iglesia o hasta el más modesto condominio, necesita que sus miembros aporten dinero para que la comunidad funcione. Es una de las cargas que lleva el vivir en sociedad. Si alguno no puede pagar, podría aportar su trabajo, como se hace aún en algunas comunidades indígenas. Pero nadie - nadie- debe sentir que no le toca contribuir. Es tarea de todos. Claro, también hay que exigir que haya un gasto transparente, que no haya fugas, etc. Eso nadie lo duda. Pero al mismo tiempo debemos exigir, y exigirnos, que todos demos nuestra parte al sostenimiento de nuestra sociedad.