No es justo
Soy como el viento que corre
alrededor de este mundo
ando entre muchos placeres
ando entre muchos placeres
pero no es mío ninguno.
No canto por despecho, ni por etílicos motivos... nada más eso faltaba. Hasta la duda ofende. Canto para tener tema, es decir, recurro a esta tan popular canción para incoar el tema de esta semana. ¿Se han preguntado ustedes si los placeres que disfrutamos son realmente nuestros; tanto que podemos guardarlos en un cajón para seguir disfrutando de ellos como de una gorra de estambre o de una bufanda en los días de frío? ¿Tanto como una reloj para conocer la hora del día cuando se nos antoje? No, pienso que no, la verdad es que la mayoría de las delicias que nos alegran son tan pasajeras como las golondrinas. (¿Ya se percataron de que ando un tanto poético? ¡Bendito sea Dios!).
Han de saber ustedes que en mi labor pastoral suelo escuchar con frecuencia un profundo reclamo de insatisfacción que se manifiesta de dos formas muy parecidas; una como pregunta y, la otra, como amarga afirmación: ¿Cree usted que es justo? y ¡No es justo! No cabe duda que donde aparece el factor humano las cosas no funcionan como era de esperar.
Claro que muchas veces no es justo, es decir; la injusticia suele aparecer en todo tipo de relaciones, y duele más cuando esta maldad nos viene de quienes queremos y de aquellos en quienes habíamos depositado nuestra confianza. Pero precisamente por eso conviene plantearnos la solución no por el lado de la venganza sino de la prudencia, del entendimiento y del perdón. Pues aunque la justicia es uno de los fundamentos más importantes de la convivencia humana no la agota.
Pienso que estamos ubicados en un punto desde el cual podemos plantearnos el tema de la generosidad, o sea de aquella forma de corresponder a los demás que está por encima de lo simplemente justo. Recapacitemos en que esta virtud ha cambiado el mundo, pues con su generosidad mucha gente ha dado cariño a quienes no conocían; han educado a quienes no les pagaron; han alimentado a quienes no tenían con qué retribuir; han salvado la vida a quienes no les debían, y nos han dado la vida a quienes ni siquiera existíamos. En este nivel debemos buscar a Dios, el generoso por excelencia. Pero para dar he de tener, y no basta poseer de cualquier forma, pues con frecuencia somos poseídos por lo que tenemos.
Generosidad: gran tema que debería regir la educación de los menores... y de muchos -muchos- mayores de edad... aunque no de virtud. No estamos educando en la generosidad cuando con frecuencia es el egoísmo -y no la auténtica responsabilidad- la causa de que las familias sean pequeñas. Por eso no son pocos los niños que hoy en día les reclaman a sus padres que por qué tuvieron más hijos. La forma más grande de generosidad se concreta en la auténtica paternidad, o sea, en aquella que procura la atención y el cariño exigente lo cual requiere muchas veces renunciar al descanso y a la comodidad.
La generosidad se puede ejercitar en la donación del dinero, de “mi dinero”; de las cosas materiales, de “mis cosas”; del tiempo, de “mi tiempo”. En cierta forma, dar es darse, es donarse a sí mismo, pues siempre es dar algo de mí, y como en todos los aspectos de la educación del ser humano se requiere el ejemplo del educador, pues los hijos más que oír, ven.
El motivo fundamental de la generosidad es el amor a los demás con el deseo de hacerlos felices, superando la simple justicia. Aquí caben ciertas ecuaciones matemática: Menos hijos, más más televisiones: más egoístas. Más hermanos, más más atención exigente y cariñosa de los padres: mejores hijos. Ya sé que la vida siempre es más rica que la teoría y, por lo tanto, no siempre cuadran estos cálculos pero, saquen ustedes las cuentas.