Hay tradiciones muy arraigadas en gran parte de la población creyente, en orden a celebrar el mes de mayo como dedicado a la Virgen María. Ciertamente no es algo que se fundamente en la liturgia de estos días, sino en la piedad popular; pero esto no quiere decir que sea una devoción falta de contenido profundo. De hecho la devoción a la Virgen María de ninguna manera se puede catalogar como superficial o sentimental, sino la más adecuada para encontrar y seguir en ella el prototipo del discipulado y el testimonio de Jesucristo. Efectivamente María, Madre de Cristo, es la persona humana que mejor se puede llamar discípula y misionera de Jesucristo.
Cuando María aparece en escena, según lo menciona san Lucas en su Evangelio al ser visitada por el Arcángel Gabriel, es apenas una jovencita, pero con madurez para asumir el proyecto divino, de ser madre del Hijo de Dios hecho Hombre, en un “sí” que pronuncia de manera totalmente libre y que irá reiterando como “peregrina de la fe” a lo largo de su vida, por ejemplo cuando ella y José son rechazados y no encuentran lugar en el mesón, debiendo ella dar a luz en una cueva que sirve de corral para los animales; o cuando se sorprende por lo que dicen del Niño los pastores, o los ancianos Simeón y Ana, o los magos de oriente; o al tener que huir precipitadamente con José y el Niño a Egipto, para evitar que den muerte al pequeño. A veces María no entiende, pero no reniega y todo lo guarda y lo medita en su corazón. Inicialmente María y José se esmeran en educar al Niño; paulatinamente ellos irán siendo educados por Jesús; de José no sabemos mucho, por ejemplo cuándo haya muerto; de María se habla más, siguiendo ella a su Hijo como fiel discípula hasta la cumbre del calvario y permaneciendo al pie de la cruz.
De María tenemos mucho que aprender para ser también nosotros discípulos y testigos de Jesucristo.
Dentro de unos días celebraremos con gozo el Día de la Madre. De María las madres aprendan esa actitud para asumir la maternidad de manera totalmente libre y responsable; de ella aprendan a acoger, respetar, celebrar y educar la vida humana. María es la mujer fuerte que acepta totalmente los planes de Dios, que entrega al Hijo para la salvación de todos.
En María encontremos todos el Regalo del Hijo que nos salva, y a ella misma como Madre que nos acompaña, según lo dijo Cristo desde la cruz y ella lo ha asumido en sus apariciones en diversos lugares y tiempos, por ejemplo el Tepeyac, Lourdes, Fátima. Numerosas imágenes nos hablan de la inculturación de la Virgen María como Madre de muchos pueblos, por ejemplo Aparecida, la Virgen del Cobre, de los Treinta y Tres, del Carmen, del Pilar, de Covadonga, de Maipú, de Luján, de Coromoto, por mencionar sólo algunos títulos.
La devoción a la Virgen María no es sólo de niños, mujeres o ancianos, sino de todas las edades. Me ha agradado encontrar en internet el entusiasmo con que buen número de jóvenes expresan sus razones, muy variadas, para rezar el Rosario.
Recemos a la Virgen María y acompañados de ella contemplemos el rostro de Cristo Jesús, su Hijo y nuestro hermano, el consumador de nuestra fe.