Los emo: entre moda urbana y reclamo social
Han ocupado las portadas de no pocos diarios en buena parte de occidente tras las golpizas que han recibido en varias ciudades por algunas pandillas urbanas que les profesan aversión.
Seguramente los hemos visto en las calles. Los distinguimos sin dificultad porque visten pantalones entubados y playeras entalladas de colores oscuros, preferentemente negros. Otros hacen combinaciones que no pasan desapercibidas: camisetas a rayas con algún vistoso estampado, cinturones con hebillas brillantes, cadenillas plateadas colgando, pins, calcetas a rayas rojas y azul fucsia, algunos incluso corbatas, tenis converses y, lo que nuca puede faltar, un flequillo que les cubre uno de los ojos. Se autodenominan emo y cada vez es más frecuente oír o leer sobre ellos.
¿Cuál es el origen de esta moda urbana? ¿Es sólo una forma de vestir o también una forma de vivir? ¿Qué ideas están a la base de este movimiento que cada vez se hace con más adeptos? ¿Cabe la fe o qué puesto ocupa?
1. Moda urbana: un poco de historia y repaso ideológico
Posiblemente nos suenen palabras como punk, góticos, metaleros, darks o grunges, entre muchas otras. Son parte del argot urbano cuyo cometido es definir y aglutinar conceptualmente a todos esos grupos humanos, a veces próximos a pandillas callejeras o bandas de vecindades y barrios, con características más o menos comunes.
¿Cuáles son algunas de esas generalidades propias? La forma de vestir como modo externo de expresar su sentir interior o “filosofía” de vida, la música, el modo de relacionarse entre los que conforman la agrupación y su interrelación respecto a los demás, el lenguaje y su cosmovisión del mundo.
La historia de los emo está ligada al género musical conocido como hardcore punk que data de los años 80´s y a su vez está tipificado como corriente derivada del rock alternativo. Emo es un apócope (supresión de algún sonido al fin de un vocablo) de la palabra inglesa emotional. Es precisamente la parte emocional uno de los rasgos distintivos de los emo.
Su manera de vestir es la afirmación externa de su estado emocional el cual es, ordinariamente, de tristeza, depresión, soledad, anarquía, renuncia al mundo y tintes suicidas. Todo lo anterior tiene un incentivo y una salida en la música.
Si escuchásemos una interpretación musical emo, podríamos percibir sin dificultad que la letra es regularmente de corte pesimista y de invitación a la melancolía mediante el continuo volver y recordar los momentos tristes de la existencia y acentuando la injusticia, incomprensión y egoísmo de la sociedad hacia grupos como ellos. Entre la comunidad emo hay quienes catalogan todo ese potencial de sentimientos autocompasivos como una nueva forma de cultura y como una filosofía de vida.
Quizá sea más correcto hablar de este grupo urbano como una corriente cultural donde ideologías contemporáneas como el nihilismo (negación de toda creencia), el materialismo (tendencia a dar importancia primordial a los intereses materiales) y el hedonismo (doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida) han arraigado de manera sutil.
¿Cómo se manifiestan esas corrientes de pensamiento en este grupo concreto? Si bien es cierto que no a todos los emo se les pueden aplicar en el mismo grado todo lo que a continuación mencionaremos, no podemos perder de vista que, en el fondo, siempre primarán más o menos intensamente diversos puntos de estas doctrinas implícitamente acomodadas y que, como consecuencia, determinarán en mayor o menor medida el modo como los emo se relacionan con la sociedad, incluyendo sus propias familias.
2. ¿Un reclamo social?
Es comprensible que la concepción de una vida sin sentido sea la consecuencia natural de la ausencia de alguien que se lo dé. De ahí que Dios no tenga cabida en la vida de los grupos emo. Aceptar la existencia de Dios implicaría el derrumbe de los cimientos sobre el que se alza su cosmovisión.
Si no hay Dios tampoco hay trascendencia y entonces todo se reduce a la triste concepción de que somos materia cuyo tránsito por la tierra hay que gozar al máximo sin preocuparse por nada más. Pero en la búsqueda de ese placer ilimitado nos encontramos –según la visión emo– con que hay una pandemia social, el egocentrismo, que es la regla general de relaciones interpersonales y, como consecuencia, provoca que mucho se acumule en pocos y pocos tengan apenas algo. Se percibe una injusticia social que es causa de desintegraciones familiares, asesinatos, hambrunas, pobreza, delincuencia y conflictos bélicos. ¿Qué hacer ante el tétrico espectáculo que ofrece el mundo? Refugiarse dentro de uno mismo.
Resultan significativos dos datos que ayudan a entender mejor esa introversión: los grupos emo están mayoritariamente formados por adolescentes-jóvenes de 15 a 19 años (si bien hay otros un poco mayores, pero ordinariamente no sobrepasan los 30 años) y de temperamentos fácilmente influibles.
La psicología de una persona de las edades que hemos mencionado se caracteriza por una preocupación por el aspecto físico de su cuerpo, por el predominar de la vida emocional sobre la racional, por la ruptura con la fe que pudo recibir de niño, por la necesidad de sentirse parte de un grupo, por la adopción de una moral de acuerdo al grupo al que se pertenece y por una vivencia no siempre adecuada de la libertad (que en no pocas ocasiones deriva en libertinaje).
A la luz de lo anterior se comprende más bien el porqué de algunos requisitos emo para ser aceptados como tales. No basta la ropa y “comulgar” con las ideas; hay que hacerlas obra. La preocupación emo por el aspecto estético no es secundaria. Los cuerpos estilizados son parte del concepto aunque, riesgosamente, puede haber tendencias a la anorexia para no sentirse rechazado por los otros o perder el sentido de grupo que se crea en virtud del aspecto corporal. No es lo único. Detrás del deseo unificador que toma a la apariencia externa como parámetro, se cae en el riesgo de diluir la sexualidad en un bisexualismo o “androginismo” no sólo de carácter exterior. Hombre y mujer pierden su identidad.
Una nota más: el sentimiento depresivo, auspiciado e incentivado por la música y el ambiente de grupo que también vive en él, orilla a laceraciones auto-infligidas con arma blanca en brazos y muslos. En el fondo subyace la idea de preparación para el suicidio como respuesta a ese mundo sin sentido y a las emociones preñadas de tristeza que hunden todavía más en esa actitud depresiva. Naturalmente todo lo anterior puede repercutir en los estudios.
El análisis sucinto que hemos presentado nos apunta interrogantes morales cuyas respuestas interpelan a la sociedad en su conjunto.
Es inevitable ocultar que muchos de los principios de este grupo urbano concreto no son de fácil digestión para una verdadera ética de vida y más bien sugieren un empacho social. Pero cabe como primera pregunta el tratar de encontrar un porqué al éxito que los grupos emo están teniendo y que, como hemos visto, no se reduce a una mera forma de vestir. En todo esto, no podemos desechar la hipótesis según la cual la sociedad ha fallado en “algo” que esperaba una parte de la juventud y no se le ha sabido ofrecer.
Pensemos, por ejemplo, en la crisis de valores en que vive buena parte del mundo y en la frecuente carencia de modelos auténticos de virtudes.
Hoy por hoy muchos gobiernos se decantan por apoyar políticas públicas que minusvaloran la vida al inicio (aborto) o en la fase final (eutanasia), que deciden establecer formas artificiales de ayuntamiento (los así llamados “matrimonios” homosexuales) equiparándolos a los auténticos matrimonios entre hombre y mujer, y dándoles incluso la posibilidad de adoptar.
En no pocos países se prefiere invertir en la muerte que en la vida: desprotegiendo económicamente a la institución familiar natural y gravando pesadamente las posibilidades que permitan un mejor ambiente para la creación de familias numerosas, facilitando –a pesar de los estudios económicos, sociológicos y psicológicos que lo desaconsejan– el divorcio y las uniones libres entre personas heterosexuales y generando en consecuencia más delincuencia, pobreza y corrupción.
Ahora se apuesta por la soledad de las mujeres y de los hombres bajo la bandera de la independencia; vale más quien más tiene y lo demás no importa. Dios, en definitiva, queda fuera de la esfera pública y, en algunos casos, incluso también de la privada. Y sin brújula que marque el norte, ¿cómo se puede vivir? Un panorama así resulta claramente degradante. Y esa degradación se hace insoportable cuando se convierte en la realidad depresiva que tal vez rodea a un adolescente-joven cada jornada.
El deseo de pertenencia a un grupo que brinde cobijo y seguridad, se presenta para muchos como una salida que cubre su necesidad de intercomunicación con personas afines temperamentalmente y palie su tendencia melancólica o, al menos, la haga más llevadera. Esa seguridad que se desprende del sentido de pertenencia será cuidada por el miembro de la mejor manera y buscará hacer todo lo posible por sentirse aceptado, incluso prácticas perjudiciales. Pero, ¿vale la pena sacrificar la vida sólo por sentirse parte de un grupo?
Desde luego que el trabajo en equipo, la amistad y la unidad son valores humanos que siempre se valoran. Pero cuando conducen a un mal o aun daño del hombre no se pueden justificar.
Es verdad, seguramente resulta más fácil abandonarse en el pensamiento débil donde es mejor seguir lo que otros dicen que hacer el esfuerzo por descubrir la verdad y empeñarse cada minuto en vivirla.
No se puede olvidar que la vida de un ser humano no queda reducida al primado de las emociones. Los sentimientos, la razón y la voluntad son las tres facultades humanas que ayudan a ordenar y orientar nuestra existencia. Someter todo nuestro ser al imperio de una sola significa introducir un desorden que puede degenerar en un cuadro clínico depresivo que orille al suicidio no sólo como posibilidad remota. No podemos olvidar tampoco que la razón nos ayuda a darle un justo lugar a las emociones y que, puestas estos dos en la balanza, contribuyen a ejercitar adecuadamente nuestra voluntad con obras.
El camino de madurez humana es un recorrido que debe hacer cada persona en su vida. A veces los tropiezos son precisos y comprensibles para levantarse después con más vigor y continuar con perseverancia y experiencia lo emprendido. Sin embargo, jamás estará de sobra la ayuda que la familia, la sociedad, el Estado y la fe puedan brindar a cada individuo en ese proceso de maduración. ¿Cuál es la contribución que pueden dar?
La familia ofrece a sus miembros el servicio del amor y de la educación. Es en el hogar donde se aprenden las nociones del bien y del mal que se han de ejercitar después en la sociedad. Los padres juegan un papel indispensable en el desenvolvimiento psíquico y fisiológico de sus hijos. Con su cercanía y sana preocupación pueden adelantarse a las inquietudes que en ellos van naciendo, a través del diálogo, la comprensión y la mutua confianza.
De este hecho se deriva la necesidad de un Estado que proteja a la institución familiar pues invertir en ella significa prevenir fenómenos en detrimento del bien común como la delincuencia y otros ya mencionados.
Por su parte, la fe católica brinda ya no sólo un ordenamiento moral válido sino también un referente de verdad siempre actual y necesario.
Si bien es cierto que la fe es el encuentro personal entre el hombre y Dios que le sale al paso, no parece arbitrario el animar a los jóvenes que no creen, o se han alejado de la fe que recibieron de niños, a iniciar o reemprender ese encuentro que da sentido a toda la vida.
Tanto los emo como muchos otros grupos urbanos son la expresión de la necesidad de una brújula que ayude a encontrar el camino auténtico de realización personal, con verdad y bondad, y les permita descubrir la belleza de la vida misma, a pesar de las dificultades que en ella se presentan. Los modos de vestir pasan, pero no deja de ser sintomático lo que está detrás del vestido. Tal vez la forma de vida emo sea un grito desesperado a una sociedad tantas veces indiferente.