La crisis global que vivimos ha servido a muchas voces para condenar al mercado como algo que debe desecharse. Estas voces provienen de los marxistas sobrevivientes que, agazapados, esperaban con ansia este momento para lanzarse contra él. Y, a la luz de la debacle que vive el mundo globalizado, tal pareciera que no les falta razón.
Sin embargo, tampoco han faltado voces que, por una parte, afirman que la crisis global no es efecto del mercado, sino, por el contrario, de una simulación de mercado donde se violaron muchas de sus reglas, con intervencionismos y normas gubernamentales inadecuadas.
Por otra parte, no pocas voces han señalado que lo ocurrido es consecuencia de comportamientos poco éticos y del estímulo de los mismos, por parte de los participantes del mercado.
Sin proponérselo inicialmente, Benedicto XVI ha venido a terciar en la polémica con la publicación de su encíclica Caritas in veritate. Digo que sin proponérselo inicialmente en el contexto de la crisis, porque la encíclica ya estaba escrita y casi lista para su publicación, cuando ésta se desató. Por ello, finalmente se retrasó su publicación, pues el Pontífice quiso incluir en ella una perspectiva cristiana.
En su nueva encíclica, el Papa ha recordado y conmemorado los más de 40 años de la encíclica Populorum progressio, del Papa Paulo VI, en la cual el Pontífice que concluyera el Concilio Vaticano II se anticipó –de alguna manera– a señalar las características que debería tener la globalización.
En ella expresó –en el contexto de todo su magisterio, particularmente las encíclicas Octogesima adveniens y Humanae Vitae– su concepción sobre el desarrollo integral, algo necesario para alcanzar el verdadero progreso y la paz entre los pueblos.
El desarrollo integral, advertía entonces el Papa, sólo puede entenderse desde una auténtica concepción humanista que encuentra en el cristianismo su cabal expresión. De allá proviene la idea de que es necesario, en un auténtico sistema social y económico de beneficio humano, el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres.
Ahora, el Papa Benedicto XVI retoma aquellas ideas para recordar que para el desarrollo se requiere enfrentar los problemas del hombre con amor a él, pero desde una visión correcta, verdadera, de lo que el hombre es. Visiones parciales no dan soluciones parciales a la problemática del desarrollo humano.
Al ser cojas resultan en soluciones incompletas e insuficientes, que, al absolutizar uno solo de los aspectos del desarrollo, terminan siendo falsas. Por ello la insistencia de la "caridad en la verdad". Si no hay verdad sobre el hombre, no se le ama en cuanto lo que es.
En ese sentido, el Papa Benedicto XVI insiste una y otra vez en no perder la perspectiva espiritual y trascendente del hombre, ya que sin ella, las propuestas no expresan la verdad del ser humano y, por lo mismo, son inadecuadas para atender sus necesidades.
El Papa ve el desarrollo como una vocación que elije libremente el hombre, pero advierte: "Además de la libertad, el desarrollo humano integral como vocación exige también que se respete la verdad". Eso significa hacer, conocer y tener más para ser más. Para ello retoma la idea de Paulo VI de que el "Evangelio es un elemento fundamental del desarrollo", porque, en él, Cristo "en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre".
Visiones parciales del hombre y su realidad, no sólo separan, sino que llegan a confrontar realidades como la sociedad, el Estado y el mercado. Fenómeno que hemos visto fuertemente expresado en los últimos tiempos.
Por su parte, el Papa señala: "La Iglesia sostiene siempre que la actividad económica no debe considerarse antisocial. Por eso, el mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil. La sociedad no debe protegerse del mercado, pensando que su desarrollo comporta ipso facto la muerte de las relaciones auténticamente humanas.
"Es verdad que el mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que lo guía en ese sentido. No se debe olvidar que el mercado no existe en estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y lo condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quienes los gestionan tienen sólo referencias egoístas.
"De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos. Lo que produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuanto tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento, sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social".
Hay, pues, dice el Papa, posibilidad de vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad, de sociabilidad, de solidaridad y reciprocidad dentro de la actividad económica y no solamente fuera o después de ella.
No se trata de un hecho éticamente neutro, ni inhumano, ni antisocial. La económica, como actividad del hombre, y precisamente porque es humana, advierte Benedicto XVI, debe ser articulada e institucionalizada éticamente.
Queda, pues, revindicado el mercado, y quienes estamos a juicio somos los hombres, por nuestro comportamiento en el mismo.