La guerra que se perdió por una imprudencia
La importancia del consejo
1) Para saber
“Quien no oye consejos, no llega a viejo”, dice un dicho popular con mucha razón. En ocasiones no son suficientes nuestros conocimientos y experiencias para decidir acertadamente.
La historia nos lo enseña, por ejemplo, en la conocida Batalla de Waterloo. Cuando Napoleón regresó de Elba, las principales potencias se le opusieron. Napoleón sabía que si el ejército inglés y el prusiano se unían, estaba perdido. Por ello decide atacar antes de verlos juntos. Para evitar que se ayuden, envía al mariscal Grouchy para que persiga a los prusianos. Después de varios días de lluvias torrenciales, en cuanto se despeja un poco el cielo, Napoleón ataca a Wellington, de Inglaterra, en Waterloo. Ambos ejércitos luchan bravíamente hasta la fatiga. Los generales saben que ganará quien reciba refuerzos.
Grouchy, sin saberlo, tiene en sus manos el destino de Europa. Está cerca del campo de batalla. Mientras desayuna oye el ruido de los cañones. Sus oficiales le aconsejan que regrese para apoyar a Napoleón. Pero Grouchy, aunque le insisten, no les hace caso. Francia sería salvada si Grouchy oyera los consejos, pero no lo hace; es tímido e indeciso. En el campo de batalla Napoleón ve acercarse un ejército y piensa que es Grouchy. Pero no, es el ejército prusiano que, al fin, se une al inglés. Napoleón es derrotado. Mueren muchísimos de sus soldados. Ha terminado así el Imperio con su emperador. Grouchy actuó imprudentemente al no oír los consejos.
La virtud de la prudencia nos lleva a saber cómo actuar en los diferentes casos de nuestra vida. Si para conseguir metas humanas es importante saber aconsejarnos, cuánto más lo es para nuestra vida espiritual. Para ello acude el Espíritu Santo con su ayuda a través del Don de Consejo.
2) Para pensar
La Sagrada Escritura nos dice que “los pensamientos de los mortales son tímidos e inciertos”. No basta la virtud humana para conducirnos a las alturas de la gloria. En cambio, si ese obrar humano está dirigido por los Dones del Espíritu Santo, tiene un “sello divino”, que lo hace perfecto.
En nuestro actuar diario, si no logramos decidirnos, acudimos a alguna persona que pueda aconsejarnos al respecto. Dejarnos aconsejar por alguien competente no es menospreciarnos, al contrario, es ganar en prudencia y humildad.
3) Para vivir
El camino de la vida no es fácil. Sobre todo tratándose de acciones morales, aquellas que nos pueden alejar de nuestra última meta, de la vida eterna.
Para no extraviarnos, Dios nos proporciona una gran ayuda sobrenatural, “esa prudencia que es fruto de una moción del Espíritu Santo, es lo que se llama el Don de Consejo” (Mons. Luis M. Martínez, “El Espíritu Santo y Sus Dones”, p.90). Importa querer escuchar al Señor, y para lograrlo, procuremos tener un momento durante el día para ponernos en presencia de Dios, hacer un rato de oración y pedirle consejo sobre nuestras decisiones.
Importa mucho estar dispuestos a querer hacer siempre la voluntad divina, aunque a veces sea diferente a la nuestra. Jesucristo nos lo enseña cuando hizo su oración, antes de su muerte. Al dirigirse a Dios Padre, pidiéndole que apartara de Él el sufrimiento, termina diciéndole: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42).