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La fuerza de una cultura

En la tranquila Suiza, hace algunos días, se ha producido un encendido debate debido a los resultados de un referéndum, en el cual se decidió prohibir de ahora en adelante la construcción de minaretes, esto es, las torres de las mezquitas, al parecer, fruto de un creciente temor por parte de la Comunidad Helvética de verse invadidos por la inmigración musulmana.

De hecho, la decisión ha tomado por sorpresa incluso a las autoridades, quienes no se esperaban, ni de broma, un resultado semejante. También la decisión ha sido criticada por todos los sectores religiosos, al considerar que ella atenta contra la libertad de culto. Sea como fuere, lo interesante es que el aludido referéndum toca un problema no menor que se está produciendo en Europa ante nuestros ojos.

En efecto, no se requiere mucha astucia para darse cuenta que el Viejo Continente está sufriendo desde hace medio siglo, una peligrosa baja de su natalidad; tanto, que su propia subsistencia se encuentra hoy en entredicho.

Y aunque parezca una perogrullada, una cultura sólo puede subsistir en el tiempo si consigue mantener su población. Si bien esto es evidente, conviene recordarlo hoy, puesto que una serie de valores e ideales de vida que actualmente están en el ambiente, parecieran haberse olvidado de esta cuestión elemental, encadenados en un ‘ahora’ que pareciera presa de un curioso inmovilismo, lo que se manifiesta, entre otras cosas, en la notable baja de la natalidad aludida.

Mas, dado lo anterior, y tomando en cuenta además que Europa necesita desesperadamente de la inmigración para mantener funcionando las ruedas de la economía, ¿de qué se extraña si los inmigrantes quieren mantener su propia cultura? Recuérdese que Europa ha renegado de sus raíces cristianas desde hace tiempo, pretendiendo borrar dos mil años de historia. En consecuencia, si una cultura se olvida de su pasado, si se vuelve contra sus raíces, ¿de qué se sorprende llegan sujetos de otra cultura, y viendo la oportunidad, buscan imponer o al menos introducir sus propias creencias?

El problema de los minaretes refleja, en realidad, algo mucho más profundo que los alcances de un referéndum o el tema de la libertad religiosa: parece mostrar la lenta toma de conciencia de una cultura del olvido de su propia alma, que una vez renegada, comienza a ser sustituida por la de otra cultura que aún conserva su fuerza vital. Pese a que se trata de una medida discutible, al menos muestra una inquietud por el futuro europeo.

¿Será capaz Europa de volver a sus raíces y salvar su propia cultura? Sólo el tiempo lo dirá. Lo importante es tener claro que ello depende no tanto de las leyes o de las estructuras, sino de los valores que profesen quienes pertenecen a dicha cultura.