Nace una flor entre montañas, ríos y granjeros. El viento acaricia unos pétalos que brillan a la luz del sol. Luego, marchitos, vuelan, se pierden a lo lejos, mientras el fruto crece y prepara la semilla de una nueva vida.
Las nubes llegan, la lluvia pasa. El sol vuelve a brillar: seca la tierra, agosta flores pasajeras. En un hospital muere, entre las lágrimas de los suyos, un anciano. Mientras, en el cielo, un libro abierto llama a los que amaron sin medida, acoge a los que viven para siempre.
Dios sueña flores. Cada mañana el mundo se viste de lirios y amapolas, de jazmines y violetas. El viento juega, alegre, mientras la vida pasa. Viejas plantas mueren y dejan un hueco a las que vengan.
Dios nos sueña. Cada hombre, cada mujer, responde a un deseo, a un querer del Padre de los cielos. Nos abrimos a la vida. La historia, poco a poco, nos llena de alegrías y de penas. Algunos quieren brillar, tal vez antes de tiempo, por unas horas. Todo pasa tan deprisa... Olvidan lo eterno, se casan con el tiempo. El tiempo, sin prisa, sin pausa, deja atrás lo que es caduco. Sólo brilla lo que es eterno.
El amor no termina. Pasan los aplausos, se apagan los reflectores. El auténtico enamorado envía cada hora, cada minuto, rayos al cielo que no acaba.
Hay flores que no marchitan. Cuando el amor supera el egoísmo, cuando no busca el placer ni lo que pasa, se une simplemente, para siempre, al Dios de la vida y de los sueños...