La relación que existe entre familia y paz es profunda. Tan profunda que cada familia puede convertirse en fuente de concordia mundial o en inicio de nuevas tensiones en un planeta hambriento de justicia y de perdón.
El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para la Jornada mundial de la paz (2008), habla precisamente de la familia humana como “comunidad de paz”. Vale la pena considerar algunas ideas que ofrece este mensaje sumamente actual.
La familia, explica el Papa (n. 3), permite experimentar “algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo”.
Por eso, lo mejor que puede hacer cualquier estado es proteger y promover la institución de la familia. Al revés, un estado avanza hacia la violencia y la injusticia cuando daña o incluso destruye el núcleo fundamental, el “nido” (así llama el Papa a la familia) donde se aprende a vivir para la paz (cf. nn. 3-5).
Benedicto XVI enumera algunos de los peligros que van contra la paz al atentar contra la familia: “todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz” (n. 5).
La familia merece, por lo tanto, ser tutelada, también en aspectos tan importantes como la vivienda y la educación. Señala el Papa cómo cada familia “tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los hijos, de asistencia sanitaria básica para todos” (n. 5).
Después de hablar de la familia a nivel global, en su relación con el ambiente y con la vida económica, Benedicto XVI evidencia la importancia de reconocer y aceptar la norma moral como camino hacia la paz en todos los niveles. “Una familia vive en paz cuando todos sus miembros se ajustan a una norma común: esto es lo que impide el individualismo egoísta y lo que mantiene unidos a todos, favoreciendo su coexistencia armoniosa y la laboriosidad orgánica” (n. 11). Este principio, que vale para la familia, vale también para las sociedades y para la humanidad:
“¿Existen normas jurídicas para las relaciones entre las Naciones que componen la familia humana? Y si existen, ¿son eficaces? La respuesta es sí; las normas existen, pero para lograr que sean verdaderamente eficaces es preciso remontarse a la norma moral natural como base de la norma jurídica, de lo contrario ésta queda a merced de consensos frágiles y provisionales” (n. 12).
Las partes finales de este mensaje constituyen una invitación apremiante a trabajar por la paz en aquellas regiones de la tierra que sufren por culpa de la violencia y de la guerra, así como a relanzar el desarme, especialmente respecto de las armas nucleares.
A la vez, el Papa recuerda los importantes aniversarios que jalonan el año 2008: 60 aniversario de la Declaración universal de los derechos humanos (1948), 40 aniversario de la primera Jornada mundial por la paz (1968), 25 aniversario de la Carta de los derechos de la familia (1983).
La paz del mundo se construye desde la paz que nace de las familias. Todos podemos poner algo de nuestra parte. Todos podemos acoger la invitación que el Papa dirige “a todos los hombres y mujeres a que tomen una conciencia más clara sobre la común pertenencia a la única familia humana y a comprometerse para que la convivencia en la tierra refleje cada vez más esta convicción, de la cual depende la instauración de una paz verdadera y duradera” (n. 15).