Cuando un niño hace una pregunta de cómo nacen los bebés, conviene no salir de su contexto. ¿Cuál es el contexto de sus preguntas? El de su experiencia.
Una niña de 3 años le preguntó a su mamá:
—¿Cómo nacen los gatitos?
Su mamá le preguntó a su vez:
—¿Cómo crees tú que nacen?
A lo que la niña contestó
—¿Yo?...Chiquitos y bonitos.
—Pues sí, así nacen: chiquitos y bonitos.
En esta edad de inocencia y de frescura, el niño está dispuesto a maravillarse y a disfrutar de la belleza de la vida y de la naturaleza. Pregunta ¿por qué engorda su mamá? O ¿de dónde viene el bebé? Intuye que el bebé es otro, y ese otro le intriga. Él mismo es todavía pequeño y se siente cercano al bebé. Y a ese bebé, aparentemente frágil, hay que cuidarlo.
Llega un momento en que el niño entra en la edad de los porqués, que ponen a prueba la paciencia de sus padres, y un día llega la primera pregunta sobre el origen de los bebés.
A continuación describimos una conversación –propuesta por Inés Pélissié- que podría orientar a los padres en el momento de hablar con los hijos con sus propias palabras:
—¿Tienes un bebé en tu tripa, mamá?
—Cariño, me encanta que me lo preguntes. Sí está allí, calientito, junto a mi corazón, en una especie de cunita. Allí, el bebé come porque está alimentado por un cordón que es un tubo pequeño. El alimento que necesita pasa del cuerpo de la mamá a su cuerpo a través del cordón.
—Mamá, ¿cómo va a salir el bebé de tu cuerpo?
—Al cabo de 9 meses, el bebé ha crecido ya y tiene que salir. Hay una puertita situada abajo del vientre de la mamá. Está como oculta entre sus piernas. Esta pequeña abertura está reservada para que pase el bebé.
—Entonces, ¿es el mismo camino que para el pis?
—Desde luego que no. No tienen nada que ver.
—Explícanos cómo va a nacer el bebé.
—La mamá nota que el bebé está llegando. El bebé está cabeza abajo, y empuja con la cabeza. Y la mamá le ayuda con todas sus fuerzas porque quiere conocer a su bebé. El bebé llega por una puertecita especial de la que ya te hablé.
—¿También hay una ventana?
—No, solamente una puerta.
—¿Y cómo ha entrado el bebé?
—Por la misma puerta.
—¿Y, quién lo puso allí?
—Tu papá puso una pequeña semilla, con amor, y esa semilla crece con el tiempo.
El niño comprende bien las analogías, como la que existe entre el vientre de su madre y ese nido en el que los pájaros encuentran calor. Al mismo tiempo, la palabra nido introduce en la mente del niño el término anidación. Las palabras nido y cuna son las más educativas para hacer descubrir al niño hasta que punto están bien instalados en el vientre de la madre.
Desde los primeros años en la escuela les llama la atención el modo en que se despierta la vida en la naturaleza, incluso ha plantado semillas con la profesora. Sabe que la semilla puede germinar y dar una flor, si se planta en terreno adecuado. Entonces podrá comprender la analogía que existe entre cualquier semilla, y la semilla de vida del papá y de la mamá, que tras unirse, se convertirán en un bebé.
Para introducir al niño en el misterio hay un medio más: la poesía. A través del lenguaje simbólico, los poetas nos conducen a la contemplación del misterio, misterio de la persona, misterio del amor. Ante una realidad que nos supera, nuestras palabras resultan pobres. Tratemos de hacerles contemplar, por la analogía y la poesía, que nuestras palabras no son falaces.
Para mayor información, consultar el libro de Inés Pélissié du Rausas, ¡Por favor, háblame del amor! La educación afectiva y sexual de los niños de 3 a 12 años. Ed. Palabra. Madrid 2001.