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La belleza nos lleva a Dios. Un santo ecologista

La belleza nos lleva a Dios.

Un santo ecologista

1)   Para saber

En estos últimos años la “ecología” se ha tratado desde muy diversos aspectos: desde el científico hasta el político. Coinciden en querer preservar las especies, así como proteger la naturaleza. Motivos importantes para tomarlos en cuenta.

Pues ha existido un santo que se le podría considerar un ecologista: San Francisco de Asís. Fue un hombre que supo desprenderse de todas sus riquezas y afanes, a fin de unirse de una manera radical a Dios. Así descubrió la vanidad y pequeñez de las cosas de la tierra.

Fue por el Don de Ciencia que San Francisco supo mirar de una nueva manera a todas las criaturas, y admirarlas en su justo valor y belleza. Por ello se enamoró de la pobreza.

San Francisco sabía encontrar a Dios en todas las criaturas, todo le hablaba de Dios. Por eso él sentía una honda fraternidad con todas las criaturas y les llamaba “hermanas”. Así decía: hermano lobo, hermano sol, hermana luna... No le agradaba que mataran a los pájaros, que talaran los árboles, o maltrataran los animales.

Solía hablarles a éstos e, incluso, ¡predicarles! En una ocasión les predicó a las aves y, no sólo no se alejaron, sino que llegaron a reunirse muchas de ellas frente al santo. Con esa prédica hacía su oración al Creador y le daba gracias por esos pájaros y por toda la creación.

2)   Para pensar

El Espíritu Santo nos ayuda con el don de Ciencia a amar el mundo en su justa medida. En el mundo hay “huellas” que nos descubren a su Creador. Ha habido pensadores que han demostrado la existencia de Dios a partir de estudiar a sus criaturas.

Uno de ellos fue el gran filósofo Santo Tomás de Aquino, quien encontró cinco diversos caminos, “vías”, para hacer tal demostración. No tomó en cuenta los argumentos de la fe, como la Biblia. Y no porque fueran inválidos, sino porque quiso demostrar que con la sola razón se podía llegar a Dios. Partiendo de las criaturas, y siguiendo un método estrictamente filosófico, concluye exitosamente que Dios existe.

San Agustín, otro gran teólogo y filósofo, nos invita a descubrir a Dios viendo la belleza de las cosas: “Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del cielo... interroga a todas estas realidades. Todas te responden: ‘Somos bellas’... Pues bien, estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza que no está sujeta a cambio?” (Sermón 241,2).

¡Cuánto más belleza no habrá en quien ha creado a todas ellas! Pensemos si al admirar el mundo, también sabemos descubrir en él a Dios.

3) Para vivir

Si sabemos descubrir a Dios en todas las cosas, sabremos agradecerle que nos las haya dado: la lluvia, el sol, la noche, el campo, el mar y, sobre todo, las demás personas que nos rodean.

Si las cosas manifiestan la belleza de Dios, los hombres y mujeres que han sido creados a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gen 1,26), con mucha mayor razón reflejarán la perfección divina. Cierto que esa belleza sólo es en parte, pues contamos con nuestros defectos. Pero esos defectos no pueden hacer que nos olvidemos que somos hijos de Dios.

Vivamos pues, en armonía con la naturaleza que el Creador nos ha dado y en paz con las demás personas.