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La audacia de los santos. Alma de nuestra alma

La audacia de los santos

Alma de nuestra alma

1) Para saber

El Papa Benedicto XVI siguió profundizando en la vida y obra del apóstol San Pablo frente a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano. En particular, en su enseñanza sobre el Espíritu Santo. Y recordó: «el Espíritu nos penetra hasta en nuestras profundidades personales más íntimas». Por el Espíritu, recibido en el Bautismo, el cristiano puede exclamar «¡Abbá, Padre!», es decir, nos hace hijos de Dios.

Al conocer la vida de algunos santos puede sorprender la audacia que tuvieron al emprender algunas obras que estaban más allá de sus fuerzas humanas. Un ejemplo es la vida de San Francisco Xavier a quien celebramos el tres de diciembre. En sus años de juventud no vivía tan cerca de Dios como lo estuvo después. Fue hasta que conoció a San Ignacio que decidió seguir a Dios de cerca.

Pocos años después quiso ir al Oriente a evangelizar, pues sabía que había muchísimas personas que no conocían ni el nombre de Jesucristo. Era una aventura colosal. Viajó hasta la India, y desde ahí partió a otras regiones, desconocidas hasta entonces, con el fin de transmitir la fe y bautizar a aquellos indígenas. Se lanzaba a recorrer kilómetros y kilómetros por lugares desconocidos. Solía viajar solo o con un traductor y se encontró toda suerte de peligros: las inclemencias del tiempo, numerosos animales peligrosos –tigres, tarántulas, víboras de todo tipo, etc.-, hasta tribus antropófagas.

En una ocasión en que iba acompañado de un traductor autóctono se encontró con una de esas tribus que se comían a los extranjeros. Fue tanto el miedo que sintió el traductor que se quedó mudo. No lograba traducir el mensaje de paz que le daba San Francisco Xavier para que los calmara, pues estaban furiosos y dispuestos a comérselos de un momento a otro. En medio de esa situación tan tensa, se le ocurrió al santo empezar a cantarles, en latín, un himno litúrgico. Con ello, como por encanto, la tribu se apaciguó y pudo empezar a comunicarse con ellos y convertirlos a la fe.

El santo llevó la fe al extremo Oriente llegando incluso hasta el Japón cuando nadie lo había hecho hasta entonces. ¿Cómo era posible que emprendiera esas tareas tan difíciles? Además del gran amor a Dios que le movía, se puede decir que el santo era llevado por el Don de Consejo que el Espíritu Santo le infundía, a fin de que fuera realizando esa gran obra de evangelización.

2) Para pensar

Bajo la perspectiva humana, acciones descritas como la de San Francisco Xavier, pudieran parecer “imprudencias”, o “locuras”. Son acciones que no siguen las medidas de la sola razón, la cual suele sugerir esperar a que haya los medios humanos.

Tratándose de “tareas” sobrenaturales, no hay que olvidar que se debe contar con el apoyo de Dios. En el aspecto humano, es la virtud de la prudencia la que nos aconseja cómo actuar. Pero en el aspecto sobrenatural, no basta esa “medida” humana; nuestras acciones quedarían imperfectas, es necesario el “sello” espiritual que las haga perfectas, así el Espíritu Santo llega a ser «alma de nuestra alma», como explicó el Papa.

El pontífice nos exhorta a «ser cada vez más sensibles, más atentos a esta presencia del Espíritu en nosotros». Mediante el Don de Consejo, el Espíritu Santo es quien nos dice la medida de nuestras acciones. Este Don es cierta “prudencia” espiritual que nos señala qué actividades realizar. La misma virtud de la prudencia se ve perfeccionada al verse elevada a un plano sobrenatural gracias a este Don. Y si hacemos caso a esos consejos, nuestras decisiones dejan de ser tímidas e inciertas, para convertirse en rápidas, seguras y audaces. Para obrar bien, en nuestro actuar, no basta que nos preguntemos ¿estoy haciendo lo mejor?, sino: ¿estoy haciendo lo que Dios quiere?

3) Para vivir

En nuestra vida espiritual tenemos grandes metas. Por ejemplo, alcanzar la santidad y acercar a los demás a Dios.

Estos grandes ideales, al ver nuestras fuerzas y los medios que tenemos, nos podrían parecer inalcanzables. Al medir nuestras fuerzas, podríamos dejar para otro momento esta tarea: esperar a saber más doctrina, esperar a tener más tiempo, cuando las circunstancias sean mejores, etc. En ese caso, tal vez estaríamos viendo únicamente nuestras fuerzas sin contar con las de Dios. San Josemaría nos lo recuerda: “En las empresas de apostolado esta bien –es un deber- que consideres tus medios terrenos (2 + 2 = 4), pero no olvides ¡nunca! Que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios + 2 + 2...” (Camino, n.471).

Si se cae en cierta desesperanza o pesimismo, tanto al ver que no progresamos o no resultan nuestras iniciativas apostólicas, significará que nos olvidamos de que el Espíritu Santo «suple nuestras carencias y ofrece al Padre nuestra adoración, junto con nuestras aspiraciones más profundas», como nos recuerda el Papa.