Abundan las voces que exigen que las creencias religiosas queden relegadas al ámbito de la conciencia personal, a la esfera de lo privado. Juan Pablo II decía: “No tengamos miedo de hablar de Dios ni de mostrar los signos de la fe con la frente muy alta” (Mane nobiscum Domine, n.26).
Algunas y algunos políticos exigen un Estado laico donde nadie imponga sus ideas. Ese político(a) es el primero que impone sus ideas laicistas –que no son neutrales: es ya tomar postura-, a un país formado en un 85% de católicos.
Recientemente algunos europeos se burlaron de Mahoma, y de la cruz, en unas viñetas publicadas en el periódico. La “laicidad” de la sociedad moderna, ¿no debería partir del respeto de las convicciones del “otro”, aunque sean diferentes a las propias? ¿Qué progreso social supone burlarse de los símbolos de la fe de un creyente, sea de la religión que sea? No estamos hablando, como es obvio, de la crítica legítima sino del ensañamiento.
Impedir la difusión social de los principios cristianos, aparte de una injusta discriminación (cuantas facilidades se dan a las más extravagantes e infames opiniones), es privarnos no sólo de una esperanza de salvación, sino también del arsenal de principios que nos permiten la recuperación de la excelencia y de la dignidad agredida.
El compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política. Es preciso un cristianismo a la altura de los tiempos.
Hoy, casi todo se fundamenta en las estadísticas y se acepta por consenso. Robert Spaemann que escribió: “Las condiciones de supervivencia de la humanidad no están sujetas a votación: son como son” (desde 1992 Spaemann es profesor emérito de la Universidad de München).
Los relativistas y los escépticos consideran que aceptar cualquier creencia es algo servil, una torpe esclavitud que coarta la libertad de pensamiento e impide una forma de pensar elevada e independiente.
El cristianismo constituye la raíz de los principales valores que sustentan nuestra civilización. “Habría que recordar no sólo la contribución del cristianismo a la supervivencia y difusión de la cultura antigua clásica, sino también su labor de creación de las más elevadas obras, desde las catedrales al gregoriano, desde la mística a Bach. El olvido de la religiosidad y de las epifanías del espíritu es una de las causas fundamentales de la degradación de la cultura contemporánea”, dice Ignacio Sánchez Cámara.
El cristianismo, y la religiosidad en general, constituyen un poderoso instrumento para mejorar el mundo, siempre que se supere la tentación del fanatismo. Siempre que no se olvide que la moral cristiana es, ante todo, una invitación a la reforma personal.
Contradicciones del relativismo
El relativismo, al no tener una referencia clara a la verdad, lleva a la confusión global de lo que está bien y lo que está mal. Si se analizan con un poco de detalle sus argumentaciones, es fácil advertir que casi todas suelen refutarse a sí mismas:
* "La verdad no es universal" (¿excepto esta verdad?).
* "Nadie puede conocer la verdad" (salvo tú, por lo que parece).
* "La verdad es incierta" (¿es incierto también lo que tú dices?).
* "Todas las generalizaciones son falsas" (¿esta también?).
* "No puedes ser dogmático" (con esta misma afirmación estás demostrando ser bastante dogmático).
* "No me impongas tu verdad" (tú me estás imponiendo ahora tus verdades).
* "No hay absolutos" (¿absolutamente?).
El deber y el derecho de los cristianos a estar presentes en la vida pública, se sustenta en el reconocimiento del valor cristiano de las realidades terrenas. No se reduce la vida pública a la vida política, sino que es mucho más amplia. Existen ámbitos relevantes que deben de ser respetados y protegidos por el Estado: el entorno familiar, la cultura, las relaciones económicas y laborales, los derechos humanos universales, etc.
Las nuevas situaciones reclaman hoy la presencia de los fieles laicos en todos los campos. A nadie le es lícito permanecer ocioso. Muchos católicos han dejado el campo de la política. No se trata de que todos seamos especialistas en política, pero sí se debe de conocer un mínimo sobre el bien común y de la administración pública y del gobierno civil, porque sin esta comprensión no puede haber crítica constructiva ni opciones inteligentes.
La participación activa en la sociedad en la que se vive en consecuencia de la vocación divina del cristiano corriente, que no puede desentenderse de los problemas de sus semejantes, ni dar la espalda a las necesidades de su ambiente.
Cuestiones urgentes
1. Promover la dignidad de cada persona. La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres entre sí. Habría que recordar que, lo que el hombre piensa de sí mismo depende de que exista Dios o no.
“Vivir y actuar políticamente en conformidad con la propia conciencia no es un acomodarse en posiciones extrañas al compromiso político o en una forma de confesionalidad, sino expresión de la aportación de los cristianos para que, a través de la política, se instaure un ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana”( cfr. Sobre el compromiso y conducta de los católicos en la vida política (16.I.03).
Son inaceptables las variadas formas de discriminación: racial, social, económica, cultural, política, geográfica, etc. Hay discriminación incluso hacia los que viven en ciertas colonias o códigos postales.
2. Derecho a la vida. El aborto, la eutanasia, el homicidio, el genocidio y el suicidio, y cuanto viola la integridad de la persona, degradan la civilización humana y deshonran más a sus autores que a sus víctimas. Spaemann dice: Si pensamos en algunos problemas éticos contemporáneos, como la manipulación de embriones, la eutanasia o la eugenesia, podemos ver que de algún modo está detrás la meta de un mundo sin sufrimiento. El sufrimiento es sin duda algo negativo, pero ¿no perdemos algo específicamente humano cuando queremos eliminar el sufrimiento a toda costa? ¿Tiene sentido cifrar el valor de una vida en la ausencia de sufrimiento?
Creo que cuando se pone el sentido de la vida en mantener alejado el sufrimiento, la vida se vuelve muy pobre. Por ejemplo, las penas de amor pueden ser un gran sufrimiento. Pero yo supongo que alguien que sabe un poco de la riqueza de la vida siempre preferirá sufrir por penas de amor que nunca haberse enamorado. Sufrir es a veces el precio que se debe pagar. Y si no se está dispuesto a pagarlo, la vida puede volverse muy pobre.
3. La familia es el primer campo en el compromiso social. Y hablamos de familia en singular, ya que en ella se incluye la familia incompleta –la de la madre o el padre soltero-, y la familia que vive irregularidades por la ausencia de uno de los padres o de los dos. Evitamos hablar de familia en plural, porque ya se sabe que allí de incluye a la familia homosexual, que no es familia sino sociedad de convivencia. “Cuando hoy se dice que existen distintas opciones sexuales, se está desconociendo el hecho de que una de estas opciones es constitutiva para la existencia de la humanidad y la otra es una anomalía”, dice Spaemann.
4. Los fieles laicos de ningún modo deben abdicar de la participación en la política; es decir, en la vida civil, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover institucionalmente el bien común. Todos somos destinatarios y protagonistas de la política.
5. Los fieles laicos han de estar presentes en la vida educativa, en los ambientes de investigación científica y técnica, en los lugares de creación artística y de reflexión humanista. El filósofo no sabe nada que el resto de las personas no sepa, pero él defiende el saber del hombre común y corriente en contra de los sofistas. Y mientras haya sofística tendrá que seguir habiendo filosofía
6. Actualmente, el camino privilegiado para la creación y transmisión de la cultura son los medios de comunicación social. Urge que estén animados por la pasión de la verdad, la defensa de la libertad y del respeto a la persona y a su intimidad.
Dios nos pedirá cuentas si no procuramos intervenir en las obras y en las decisiones humanas, de las que depende el presente y el futuro de la sociedad.
Santo Padre Benedicto XVI dijo recientemente: “indudablemente el fin de la política es crear un justo ordenamiento de la sociedad, en el que a cada uno le es reconocido lo suyo y ninguno sufre miseria. En este sentido, la justicia es el verdadero objetivo de la política, así como lo es la paz que no puede existir sin justicia. Por su naturaleza la Iglesia no hace política en primera persona, sino que respeta la autoría del Estado y de su ordenamiento (...)"Frecuentemente, sin embargo, la razón es cegada por los intereses y por la voluntad de poder. La fe sirve para purificar la razón, para que pueda ver y decidir correctamente. Es tarea de la Iglesia el curar la razón y de reforzar la voluntad del bien. En este sentido –sin hacer ella misma política– la Iglesia participa apasionadamente de la batalla por la justicia. A los cristianos comprometidos en las profesiones públicas espera en la acción política el abrir siempre nuevos caminos para la justicia".” Febrero 1, 2005).
Sabemos que el gobierno requiere más de principios morales que acuerdos internacionales. La corrupción que existe y permea casi todo es un obstáculo para el desarrollo económico.
“La suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (GS 31,3).
Una amiga me decía: “Varios de nuestros "candidatos a presidente" cargan un pesado historial contra la fe religiosa. Así que, ¿quién puede asegurarnos que no van a perseguir a la religión como ya está haciendo Chávez en Venezuela. Si nuestros candidatos no tocan expresamente este punto en sus campañas presidenciales, comprometiéndose con la libertad de creencias (y especificando que van a otorgar ese respeto, no sólo a las creencias minoritarias, sino también a la mayoritaria. Después de todo, ¿qué tipo de democracia es, la que no valora la conciencia de cada persona?”.
En nombre de la libertad de pensamiento, ¿es lícito herir el sentimiento religioso de otros? ¿Dónde comienza el derecho de expresión y dónde comienza la ofensa a las convicciones de los demás? “El derecho a manifestar el propio pensamiento y el derecho a profesar libremente una religión forman parte a pleno título de los derechos humanos fundamentales e irrenunciables universalmente reconocidos” desde hace 60 años por la Declaración Universal de los derechos del Hombre, dice Francesco M. Valiante.
Para concluir citamos una frase de Joseph Joubert: "Como la dicha de un pueblo depende de ser bien gobernado, la elección de sus gobernantes pide una reflexión profunda."