"Santo súbito": "Santo de inmediato". Ese clamor popular, lanzado desde el mismo día del fallecimiento de Juan Pablo II, se cumplirá el 1 de mayo próximo, cuando será beatificado.
Ya es oficial. Juan Pablo II será beatificado el 1 mayo de este año. Con gran júbilo, muchos millones de católicos en todo el mundo acogieron la noticia, recientemente publicada (14.I.2011). Pero hay voces discordantes, que siembran sospechas: ¿el Papa Wojtyla encubrió al Padre Maciel?
El razonamiento es sencillo: si Juan Pablo II sabía de la doble vida de Maciel, entonces no sería santo, pues habría encubierto a un pederasta. Pero este “sospecha” es falsa. Así lo confirman las investigaciones de la conocida corresponsal mexicana, Valentina Alazraki.
Testigo de excepción por haber acompañado al Papa polaco en todos sus viajes, Alazraki fue elegida por los postuladores de la causa de beatificación, para declarar sobre las virtudes de este Pontífice. Y como resultado de ese testimonio, acaba de publicar el libro titulado “La luz eterna de Juan Pablo II” (Planeta, 2010).
En este nuevo escrito, la periodista dedica el último capítulo a la cuestión de Juan Pablo II y Maciel. Valentina entrevistó a cardenales de la Curia romana, a peritos del proceso de beatificación, a superiores de los Legionarios y varios colegas periodistas, para responder a este pregunta: ¿el Pontífice polaco lo sabía o no?
La primera conclusión es que ninguno de los expertos que estudió la vida de Juan Pablo II ha dudado que es un santo, un hombre de Dios (p. 264). Explican que el Papa Wojtyla tenía un concepto tan alto del sacerdocio, que no solía hacer caso fácilmente a las acusaciones contra los clérigos, sino hasta que se demostrara que eran verdaderamente culpables (p. 265).
Pero cuando se enteró una situación pederastia por parte de un clérigo fue enérgico, como el caso de Mons. Juliuz Paetz, que fue colaborador suyo (1978 a 1982) y luego arzobispo de Poznan (Polonia). En cuanto supo que este prelado había abusado de seminaristas muchos años antes, le pidió su dimisión (p. 266). De esto se desprende que, si hubiera enterado de la vida del Padre Maciel, hubiera actuado rápido y con firmeza.
Alasraki entrevistó a varios personajes importantes que aseguran que Juan Pablo II fue engañado por Maciel. Tanto el ex-portavoz Navarro-Vals como el actual superior de los Legionarios, Álvaro Corcuera, cuentan que Maciel le mintió al Papa Wojtyla, y el Pontífice le creyó.
Navarro Vals lo explica: “No sólo engañó al Papa sino que además lo utilizó con un cinismo impresionante. Me consta que juró ante Dios, en sus encuentros [con Juan Pablo II] que las acusaciones eran totalmente falsas. (…) Ante un juramento así, no hay Papa que le meta mano” (p. 270).
La corresponsal le preguntó a numerosas personas dentro y fuera del Vaticano, incluidos ex-legionarios, si pensaban que el Papa conocía el verdadero rostro del Padre Maciel, y siempre obtuvo la misma respuesta: “No hemos encontrado a nadie que puede afirmar: yo le dije a Juan Pablo y no me hizo caso” (p. 270).
Dos vaticanistas muy serios, Paolo Rodari y Andrea Tornielli, afirmaron recientemente que están seguros de que no hay ninguna prueba de que las cartas con las denuncias de los acusadores de Maciel hayan llegado al escritorio del Santo Padre (p. 271).
Hasta aquí queda claro que Juan Pablo II es inocente de la calumnia de encubridor de Maciel. Es tema para otro momento saber por qué no fue informado. Pero es importante llegar a lo esencial: Juan Pablo II es un verdadero ejemplo de vida entregada a Dios y al prójimo. Este gran Papa, en palabras de Valentina que recogen el sentir de millones, fue “un hombre de Dios, un santo de nuestros días”.