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Hilos invisibles para toda la vida

Hacía flores de pasta de papel, y pintaba cuadros y retratos. Iba a restaurar las pinturas de la iglesia de su pueblo. Restauraba viejas jarras de latón, o baúles, lo que fuera; y aún hoy me pongo abrigos y americanas que ella cosió cuando mi madre era más joven que yo hoy y aún no se había casado siquiera. Ella sabía hacer esas cosas bien para que duraran toda la vida. Es mi abuela. Era modista. Y madre, y esposa. Y abuela. Y como todas las mujeres que saben ser lo que les toca en la vida, también cosió para toda la vida otras cosas que se tejen con hilos invisibles y no por ello menos reales.

El cura de su pueblo destacaba en una misa las últimas palabras que mi abuela le dijo a mi abuelo: "Nos encontraremos en el cielo". Lo decía como contento, y nos decía que era un milagro de Dios. Me he acordado de lo que muchas veces me dice mi padre: que la fe es un don y Dios se lo concede a quien quiere. Dar el paso a la vida eterna con la seguridad de la fe es entonces un milagro: una intervención de Dios en la vida de los hombres, aunque sea de forma así como pequeña, como escondida, en lo cotidiano.

Pero también he leído en una entrevista que le hicieron al P. Marcial Maciel, fundador de los legionarios de Cristo, que si se pide con fe, perseverancia y oración, Dios no niega a sus hijos la experiencia de un encuentro profundo y verdadero con Cristo. La Iglesia Católica está muy cerca de las personas, aunque muchos no lo sepan porque no se han adentrado suficientemente en ella. La realidad está muy lejos de esa imagen retrógrada y anticuada que algunos quieren proyectar. A mí me ha cambiado la vida.

Me ha cambiado la vida que un día me dijeran: el cristianismo no es una religión. No es un conjunto de normas que hay que cumplir ni es una moral de perfectos. El cristianismo es un encuentro personal con Cristo, con una persona real y verdadera que existe, que nació hace 2000 años, que decía ser el Hijo de Dios y que a Dios le llamaba “Padre”. Que murió en una cruz y dicen que lo hizo por mí, para salvarme, para vivir antes que yo cada uno de mis pequeños y grandes sufrimientos y para pagar el precio completo de mi salvación. Y que luego resucitó. Es decir: que no está muerto, que está vivo. Que sucedió así para que supiéramos lo que nos espera a nosotros también. Y que hoy yo misma puedo hablar con Él, puedo escucharle si me dejo, y puede guiarme en la vida.

¿Es que, acaso, si eso que me dicen es verdad, no tiene algo que ver con mi vida? ¿Con cómo vivo? ¿Con cómo amo? ¿Con las cosas en que creo? ¿Con cómo abordo la muerte, el sufrimiento, el amor o los éxitos? Si Dios existe ¿qué tiene que ver con mi vida? Es verdad lo que decía este cura: cuántas veces suceden milagros a nuestro alrededor, tan pequeños que quizás no reparamos en ellos. Y pienso que, efectivamente, acontece un milagro cada vez que alguien hace esa experiencia de Cristo vivo, porque es el mismo Dios quien se la regala. Pero también pienso tejemos con hilos invisibles la tela que hace posible ese encuentro. ¿Para qué envió Cristo a sus discípulos a contar la noticia a todo el mundo si no?

Rojo sobre gris a mi abuela, que está en el cielo, que me ha regalado a una madre, la mejor madre, otra madre que teje con hilos invisibles cosas que duran toda la vida, esa vida que dura hasta después de la muerte.