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Hacia el Suronorte

 

Si al navegante de un barco le dieran la orden de dirigirse al Suronorte, seguramente pediría que le repitieran la orden, suponiendo, quizá, que le hayan querido decir Sureste o Suroeste, ya que el Sur y el Norte están exactamente en direcciones opuestas. Pues así me sentí hace meses, concretamente en septiembre del año pasado, cuando escuché por la radio un programa que se trasmite a nivel nacional, donde unos “expertos” en Psiquiatría, en Sexología y en Psicoterapia Sexual, al igual que la conductora del programa, se manifestaban a favor de la actividad sexual en los jóvenes desde la pubertad.

Los argumentos de estos señores, iban por el rumbo de que la sexualidad no ha de tener ninguna limitación de tipo moral, ni de costumbres sociales. Alguno de ellos llegó, incluso, a afirmar que la estructura de la familia, como se ha manejado a lo largo de siglos, ya es inoperante por obsoleta. En otro momento afirmaron que si algún padre de familia llegara a su casa encontrando a su hija o hijo teniendo intimidad con alguien, lo que debe hacer es mandarlos a su cuarto para que no se vean en la necesidad de gastar en un hotel. ¡Aaassssiiiií como lo está usted leyendo!

Yo no sé cuánta confianza tenga la mayoría de la gente en los psiquiatras. Por lo que suelo escuchar, no mucha. Me da la impresión de que la mayoría de las personas ve en ellos a profesionales que viven de tranquilizar las conciencias, convenciendo a sus pacientes de que todos sus males se deben al complejo de culpa, y si se lo quitan el asunto está arreglado. Afortunadamente hay muy buenos profesionales que de dedican más a curar que a tapar las enfermedades.

En otro momento de la transmisión, y dentro de la misma línea de pensamiento, culpaban a la inhibición o continencia sexual de algunos jóvenes de los problemas que se presentan en los matrimonios dentro de las relaciones maritales.

El sentido común me dice que un joven acostumbrado a tener todo tipo de satisfacciones eróticas, será más difícilmente satisfecho en su vida marital, ya que los niveles de excitación a los que se haya acostumbrado seguramente estarán por encima de lo que una esposa esté dispuesta a concederle. Sin detenernos en el tema de la fidelidad matrimonial.

Por si esto fuera poco, hemos de entender que estamos ante un tema que tiene un poder de arrastre enorme, donde se requiere un gran entrenamiento de la voluntad para hacer las cosas de acuerdo al control que un ser humano debe tener para poderse considerar como tal. Cualquier idiota puede embarazar a una mujer, pero no cualquiera puede ser un buen esposo. El problema estriba, principalmente, en que estas personas consideran a la actividad sexual como un satisfactor de placer, y nada más.

Si la actividad sexual no tuviera una dimensión mucho más elevada, como lo es su orientación hacia un amor capaz de llegar a la donación completa, de cuerpo y alma, de dos seres complementarios (hombre y mujer), maduros y comprometidos entre sí, con capacidad de procrear otros seres humanos, la visión de estos señores quizás podría ser aceptada. ¡Qué pena que quienes deberían orientar en temas tan delicados desconozcan esta dimensión que es capaz de poner a la carne en contacto con lo divino!

Pienso que no sería lógico repartir armas de fuego a todos los jóvenes para que se diviertan con ellas, dándoles mucha información por medio de fotos y estadísticas acerca de su uso y de los daños que con ellas se pueden ocasionar, pensando que con esa información bastará para evitar accidentes. Portar armas requiere una madurez que no todos tienen. Con la actividad sexual sucede algo parecido. El sexo no es un medio de diversión, es algo mucho más serio y sublime. Señores: El Sur no es el Norte