Gente emproblemada
Hace poco, cuando llegué al estacionamiento de un centro comercial, -yendo vestido como lo que soy, sacerdote- pude escuchar el comentario de un hombre de unos cuarenta años, quien le dijo a un amigo: Mira, ése ¿qué problemas puede tener? (El tal ése era yo). La verdad es que su tono fue un poco despectivo, pero el comentario me puso a pensar. Independientemente de que los sacerdotes no estamos exentos de tener problemas, éstos son muy distintos a los de los casados.
Casi todos los días nos toparnos con personas agobiadas por todo tipo de complicaciones. Son aquellos que arrastran sus problemas y, no conformes con ello, van recogiendo todos los que se encuentran a su paso haciéndolos propios. Del otro lado están quienes no se preocupan por nada, como cuenta aquel chiste de Pepito cuando le preguntaron: ¿Cuál es la diferencia entre ignorancia e indiferencia? Y respondió: No sé, ni me importa. En definitiva: Todo se les resbala.
Los seres humanos solemos ser como los escenarios de teatro: aparentando atmósferas falsas para que los demás vean lo que queremos trasmitir, pero detrás de bambalinas podemos esconder un gran desorden lleno de utilería hueca.
Dentro de tantas limitaciones, aparece nuestra incapacidad para comunicarnos con los demás. Es curioso que en una época de tanta tecnología, cuando podemos ver y oír, en tiempo real, lo que sucede en las antípodas, no seamos capaces de entendernos con quienes tenemos más cerca. Aquí el problema estriba en que muchas veces no sabemos escuchar, es decir, no ponemos nuestra atención en los asuntos de los demás.
Se cuenta que en un pueblo fue elegido como presidente municipal un hombre que le pidió a su compadre que no dejara de decirle sus errores; pues el poder nos hace sordos. Cuando tiempo después le reclamó que no cumplía con lo que le había pedido, su buen amigo le contestó: ¿Y para qué te digo nada, si hace mucho tiempo que sólo te oyes a ti mismo? En definitiva, el egoísmo suele aislarnos de los demás y con ello abonamos el terreno para aumentar la cantidad y calidad de nuestros problemas.
Si nuestras preocupaciones son económicas no deberíamos preocuparnos tanto; pues éstas se resuelven con dinero. Pero si son familiares por falta de comunicación, será bueno que pongamos mucha atención pues pueden echar a perder lo más valioso. San Josemaría Escrivá comenta en el punto 440 de su libro Surco: ¡Esa desigualdad de tu carácter! -Tienes el teclado estropeado: das muy bien las notas altas y las bajas..., pero no suenan las de en medio, las de la vida corriente, las que habitualmente escuchan los demás.
Si nuestra actitud es positiva y abierta quizás no resolvamos nuestros problemas, pero no nos agobiarán como suelen hacerlo.