Pasar al contenido principal

Fidelidad matrimonial

Tal parece que el asunto de la infidelidad matrimonial no sólo es frecuente, sino que en muchos ambientes es visto con excesiva naturalidad, incluso, para algunas personas, la posibilidad de conquistar a un hombre casado, o a una mujer casada, viene siendo como un grado de dificultad que hace más atractivo el reto. 

En cierto sentido la fidelidad y la lealtad se identifican. La fidelidad es una virtud fundamental en la vida personal y social. Sin ella resultaría imposible la convivencia, pues con su ejercicio se consigue la confianza y la estabilidad y, cuando se traiciona se producen severos daños en la estabilidad de las instituciones y de las personas. Esto nos hace ver que con ella se puede vivir en paz y tranquilidad, pero cuando falta las relaciones humanas se deslizan hacia la desconfianza, el resentimiento, el rencor, el odio, la pérdida de la propia estima, las depresiones, los deseos de venganza y otras desgracias. 

Las virtudes, al igual que los vicios, son muy amigueras. A las primeras solemos encontrarlas entrelazadas con otras virtudes. Por su parte, los vicios se ayudan entre sí. Así por ejemplo, el egoísmo manifestado en comodidad e irresponsabilidad suele esconderse detrás de la mentira y la hipocresía.

No me resulta aventurado afirmar que el origen de la deslealtad es la soberbia vestida de egoísmo. Por ello es que resulta casi imposible exigir la fidelidad a un adulto cuando desde pequeño se le fomentó un individualismo enfermizo. Este tipo de errores son muy frecuentes cuando los mismos padres de familia han limitado la capacidad de amar de sus hijos, al no entender los beneficios de una familia con varios hermanos, de tal forma que terminan educándolos de forma utilitaria; quizás campeones en algún deporte o habilidad, pero incapaces de darse a los demás.

No se puede ser fiel si no se está dispuesto a ser generoso, ya que la lealtad nos exige renunciar incluso a aquello que consideramos como propio. Aquí van incluidos los bienes materiales, los gustos personales y el tiempo que los demás esperan que les dediquemos. 

Cuando lo que motiva a una persona casada a abandonar a su cónyuge y a sus hijos es su egoísmo, no deberá esperar que le vaya mejor en el futuro, pues la amargura de su fracaso personal y su falta de lealtad lo acompañarán a donde quiera que esté. 

La lealtad ejercida sobre los compromisos adquiridos exige el concierto de otras virtudes, como son el respeto a los demás; la fortaleza; la sinceridad; el orden en la jerarquía personal de valores; la discreción; la prudencia; la laboriosidad; los detalles de cariño y otras. El mismo Dios hecho hombre dejó claro que nuestra felicidad en el Cielo dependerá de nuestra fidelidad en lo que hagamos en este mundo.