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¿Existe alguna relación entre divorcios y hechos delictivos?

A simple vista parecería que no existe una vinculación directa entre los divorcios y los delincuentes, máxime si en algunas legislaturas se han aprobado los llamados “divorcios express” y esta ley se pretende presentar a la opinión pública como una “importante conquista social”.

Y escuchamos casi hasta el cansancio la consabida frase:

-¿Qué tiene de malo el divorciarse? Muchos lo han hecho, además, todas las personas tienen el derecho a “rehacer” sus vidas, ¿no es así?

Hace poco asistí a una conferencia en la que se exponía el tema de la seguridad nacional y cómo es que en determinadas zonas del país proliferan los jóvenes narcotraficantes. La argumentación era esta:

-Desde los años ochenta, en el estado de Chihuahua, por ejemplo, arribaron centenares de madres solteras o divorciadas para trabajar en empresas maquiladoras. ¿Qué ocurrió con sus  hijos? Que como la madre tenía que estar dedicada durante todo el día a su trabajo,  el preadolescente o joven se pasaba muchas horas en la calle y organizaba  sus típicas pandillas. En poco tiempo, eran presa fácil para engancharlos en el narcomenudeo. Al principio, con trabajos fáciles, como el llevar la droga de un sitio a otro, y posteriormente, realizando un papel más destacado dentro de ese cartel.

Por otra parte,  ¡qué pena dan esos accidentes automovilísticos en el que pierden la vida no pocos adolescentes, particularmente los fines de semana, y que manejaban  su coche –en compañía de sus amigos- en estado de ebriedad o bajo el influyo de alguna droga y a exceso de velocidad!

-¿Y qué tiene que ver eso con el divorcio? –se podría preguntar.

-Bastante y mucho más de lo que a primera vista parece. En cierta ocasión, le pregunté sin rodeos  a un joven que manifestaba esta misma conducta:

-¿Porqué bebes tanto y te drogas con  frecuencia?

-Es que en mi casa hay muchos conflictos entre  mi papá y mi mamá. Tengo la impresión de que todo esto terminará en divorcio, porque  se pelean muy seguido.

En fecha reciente, Raquel Olvera, titular del Tratamiento a Menores en un estudio realizado por el Instituto Nacional de Psiquiatría, declaró que “la familia es un factor indispensable del adolescente” (periódico Reforma, 13-IX-10, p. 6). Y comenta que el 40 % de los jóvenes en conflicto con la ley tienen familias uniparentales y la mayoría sólo cuenta con la presencia de la madre. 

 Lo que ha sucedido es que los hijos de padres separados o divorciados tienen mayores problemas de autoestima, además de presentar mayores riesgos de caer en el consumo de drogas o la práctica de actividades ilícitas.

Muchos de estos jóvenes abandonados por su padre o su madre, sufren de trastornos emocionales y  esto se manifiesta, por ejemplo, en proyectar una excesiva agresividad para con sus mismos parientes, o con sus amigos, o en la escuela.

Otros adolescentes caen con frecuencia en estados depresivos y comentan sentir episodios de tristeza, desánimo, sensación de soledad, falta de afecto, pesimismo.

Incluso, si el joven es particularmente susceptible, le pasan por la cabeza ideas de suicidio. Algunos lo intentan en repetidas ocasiones. Pero con esa conducta están buscando afanosamente llamar la atención de sus progenitores para recibir cariño y ternura.

En otras ocasiones, el divorcio de sus padres les hace caer en conductas delictivas, no tanto porque se hayan aficionado al robo, por ejemplo, sino porque es otro modo de canalizar su inconformidad y desazón  con el estado de su vida personal.

También es típico en algunos jóvenes que pierden la motivación y el sentido de sus vidas. Experimentan una especial vacuidad interior y buscan llenar esa sensación con “experiencias fuertes” (robar, golpear, secuestrar, cometer violaciones, etc.). Es precisamente lo  que hace décadas se denominó como “los rebeldes sin causa”. Porque no existe motivo alguno que explique su conducta delictiva, sino que se trata de una explosión de carácter por su malestar interior y, entonces,  parecería como si se justificaran, pensando: “alguien tiene que pagar este sufrimiento insoportable que padezco”. Se trata de una patología más, dentro de las problemáticas psicosociales que acarrean las rupturas familiares.

También comenta la especialista que el 80 % de los menores en conflicto con la ley padeció violencia familiar, mientras que el 55% sufrió violencia escolar, también conocido como el bullying, y el 62% desertó en algún momento de la escuela, según recoge la periodista Diana Martínez en esta misma nota de prensa.

Los psiquiatras suelen comentar que los hijos de padres divorciados experimentan una honda frustración existencial que los conduce a no tener un proyecto de vida, a ser egoístas (porque reclaman afecto), en no pocas ocasiones, buscan chantajear a sus padres con dinero y otros bienes materiales, ejerciendo una acción manipuladora.

Me viene ahora a la memoria el caso de un joven profesionista que sus padres se divorciaron siendo ya mayores. En un primer momento de tratarlo con frecuencia, no parecía presentar la fenomenología antes mencionada. 

Sus familiares me decían:

-Está llevando el divorcio de sus padres con “una madurez admirable”.

Pero a los pocos años, pude comprobar que, bajo la fachada externa de tener una empresa consultora de servicios financieros, se dedicaba a estafar, a montar fraudes, y a apoderarse de bienes que no le correspondían. No era alcohólico ni drogadicto pero tenía una colección de amoríos y le era  descaradamente infiel a su mujer y a sus hijos. Es decir, la separación de sus padres le había afectado de otra manera, en el terreno profesional y en su relación con su esposa.

Todos hemos nacido en el seno de una familia. Tanto el papel del padre como el de la madre ejercen una decisiva influencia en la formación de los hijos. No es verdad que se pueda prescindir de la presencia del papá o de la mamá. Cada uno tiene un rol insustituible.  

En un hogar unido, donde hay afecto y comprensión, se generan personalidades maduras y estables. Cuando los progenitores  siembran a manos llenas los valores, las virtudes y el buen ejemplo, los hijos  recordarán durante toda su vida esa educación recibida y será una guía en su conducta cotidiana y, a la postre, también la transmitirán a las generaciones sucesivas.

¡Qué fácil resulta repetir la frase de que los divorciados tienen “derecho a rehacer sus vidas” pero el mismo acentuado egoísmo no les hace vislumbrar -en toda su profundidad- los desastrosos trastornos emocionales que pueden producir en los hijos!

No recuerdo una sola familia donde no haya habido algunos roces o diferencias. Digamos que es lo normal, pero lo importante es aprender a superarlos, a que los cónyuges se perdonen mutuamente  -de todo corazón- para que ese amor perdure por toda la vida,  pensando en el bien y la felicidad de sus hijos.