I.- * El Desprendimiento.
"Cuando iban en su camino, alguien le dijo: "Señor, te seguiré a donde quiera que vayas". Jesús le respondió: "Las raposas tienen guaridas, las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza
A otro le dijo Jesús: "Sígueme". Este respondió: "Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre". Replícole Jesús: "Deja a los muertos que entierren a sus muertos; tú, ve y anuncia el reino de Dios".
Y otro le dijo: "Yo te seguiré, Señor, pero déjame ir a despedirme de mi casa". Mas Jesús le dijo: "Si el que pone su mano en el arado vuelve los ojos atrás, no es digno del reino de Dios". (San Lucas IX, 57-62).
* La Pobreza.
Comprometerse en el camino de la vocación, es lanzarse a una aventura de pobreza: El Hijo del hombre no tiene dónde descansar la cabeza. Para seguir a Cristo hace falta no tener seguridad confortable por la posesión de los bienes terrestres. No que Jesús haya privado a sus discípulos de lo que era necesario a su subsistencia. Antes de ser arrestado, preguntó a sus apóstoles: "¿Cuándo os envié sin bolsa, ni alforja, ni zapatos; ¿os faltó alguna cosa?" "Nada", respondieron ellos.
Pero al seguir a Cristo uno se rehusa a sí mismo el ganar dinero o bienes de la tierra por alguna actividad profesional, y acepta sencillamente lo que le da la divina Providencia.
* El Desprendimiento de la Familia.
Jesús en otras ocasiones hizo notar el deber de amar a su padre y madre. Pero el amor que reclama para Él en el que es llamado, debe tener primacía sobre el amor a sus padres: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí".(Mateo X, 37).
Jesús no dudó en declarar a aquél que quiso permanecer con su padre hasta su muerte, y después de enterrarlo corresponder a la vocación: "Deja que los muertos entierren a sus muertos". Demuestra a este hombre que sería, en alguna forma, morir él mismo, el limitarse a esperar la muerte de su padre. El que aspira a servir a Dios está llamado a una vida mucho más alta. Al ir a predicar la palabra de Dios poseerá la vida espiritual y la derramará a su alrededor: será una vocación viva que hará crecer la vida en los demás.
* No Mirar Atrás.
Cuando se ha puesto la mano en el arado se debe avanzar; no debe permitirse una mirada a lo que se dejó por amor a Dios. El llamado de Cristo es definitivo y exige una respuesta definitiva. El que consintió en seguir a Jesús no debe retomar lo que dio ni volver a lo que dejó. La vocación pide una mirada siempre adelante.
II.- * La Castidad.
Los discípulos le dijeron: "Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, mejor es no casarse". Jesús les respondió: "No todos comprenden este lenguaje sino aquellos a quienes les ha sido dado. Porque hay quienes nacieron así desde el seno de su madre, y hay quienes se hicieron tales por el reino de los cielos. Que el que pueda entender entienda". (San Mateo XIX, 10-12).
* El Don Total del Corazón.
Jesús alaba a los que renuncian al matrimonio, "por el reino de los cielos". Merece que se consagren todas las fuerzas a la obra de la salvación eterna de los hombres. No se puede militar a fondo en esta obra si no se renuncia a fundar un hogar. Al renunciar al matrimonio, se pone uno en estado de dar todo su corazón a Cristo, y de poner al servicio de la Iglesia la máxima abnegación. El Reino reclama vidas humanas en donde ni el corazón ni el trabajo estén divididos: necesita de hombres, de jóvenes, que sacrifiquen las alegrías de formar un hogar al gozo muy superior de la edificación de la cristiandad.
* Anticipación de la Vida Celeste.
La vida virginal es anticipo de la vida celestial: principia a realizarse aquí en la tierra el ideal que se cumplirá perfectamente en el cielo. "Después de la resurrección, declara Jesús, ni los hombres tomarán mujeres, ni las mujeres maridos, sino que será como los ángeles del cielo". (Mt. XXII - 30). El matrimonio sólo es posible en la vida corporal terrestre; en los cuerpos resucitados no existirá más.
Lo que caracterizará la felicidad celestial es la posesión completa de los corazones por Dios. La virginidad inaugura desde ahora esta posesión: el corazón le estás consagrado, es decir entregado por completo a Dios. La vida virginal hace entrar en esta forma "el reino de los cielos" en la existencia terrestre del hombre.
* La Gracia de Comprender.
"No todos comprenden este lenguaje, sino aquellos a quienes les ha sido dado". Cristo nos advierte que no todos los hombres son capaces de comprender el ideal del renunciamiento al matrimonio. No se puede entender el valor de este ideal sin una gracia especial de Dios.
La vocación lleva consigo esta gracia. Los que son llamados por el Señor son especialmente iluminados sobre la nobleza y la superioridad de la vida virginal. Se dan cuenta que este estado de vida permite un amor más absoluto, y experimentan un gusto interno por una intimidad total con Cristo.
Sin embargo, no deben extrañarse de la incomprensión que encuentre en su alrededor su proyecto de vocación. Los que no les fue dado comprender este ideal lo juzgarán desfavorablemente. Si hay padres cristianos capaces de apreciar la gracia de la vocación para sus hijos, otros se mostrarán incapaces y a veces obstinadamente a un proyecto que sobrepasa su manera de pensar. Jesús previó esta incomprensión y esta hostilidad al declarar como conclusión de su explicación: "El que puede entender que entienda".
III.- * La Cruz y la Gracia de la Vida.
"Quien no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que conserva su vida la perderá, y quien perdiere su vida por amor mío, la volverá a encontrar". (San Mateo X, 38 – 39).
* Cargar con Su Cruz.
En general, es la condición de todo cristiano. Pero aquí Cristo tiene en vista sobre todo la cruz que deben llevar los que son llamados a seguirlo. Por su llamado, Cristo quiere asociar a un joven a su misión salvadora, por lo tanto, quiere unirlo a su sacrificio.
El que corresponde a su vocación debe estar dispuesto a llevar su cruz. Está seguro de poder llevarla, porque esta cruz le es dada con la compañía de Cristo: "llevar su cruz" y "seguir a Jesús" son inseparables.
* Perder Su Vida por Cristo.
Pudiera suceder que la vocación llegase al martirio. El que corresponde al llamado del Maestro debe estar listo a ofrecer su vida por Él. Pero si Jesús sólo hubiese pensado en el martirio, se hubiese limitado a un caso excepcional. En realidad tiene en cuenta el caso más ordinario de la vida humana que acepta sacrificarla por Él, es decir, darse sin reserva.
Los que siguen a Jesús, están invitados a no retener nada de su ofrenda, y a no escatimar ni su abnegación ni su generosidad.
A los que verdaderamente cumplen con la entrega total de si mismos, Cristo les promete una vida muy superior; por lo que pierden de sí mismos, encuentran una vida mucho más consistente, mucho más durable. La salvación trae consigo el florecimiento de la vida divina, en la vida humana que se da. Al vaciarse de sí, el hombre se llena de Dios.