En Europa escasean los niños. Muchos lugares del viejo continente tienen más funerales que bautizos, más cámaras ardientes que cunas con bebés recién nacidos.
El Papa Benedicto XVI, en su viaje a Austria, aludió a esta situación con un comentario denso y sugestivo. “Europa se ha empobrecido de niños: queremos todo para nosotros mismos, y tal vez no nos fiamos demasiado del futuro. Pero la tierra carecerá de futuro si se apagan las fuerzas del corazón humano y de la razón iluminada por el corazón, cuando el rostro de Dios deje de lucir sobre la tierra. Allí donde está Dios, allí hay futuro” (Homilía en el Santuario de Mariazell, 8 de septiembre de 2007).
El Papa unía, de esta forma, dos temas. Por un lado, señalaba el peligro de quererlo todo para uno mismo, sin abrirse hacia el futuro. Porque el egoísmo encierra muchas veces una obsesión por las garantías, las seguridades, el bienestar, el tenerlo todo y sin problemas. Porque el deseo de “poseer” impide ese sano riesgo que nace de la confianza enamorada.
El corazón humano, sin embargo, está hecho para el amor, con todo lo que ello implica de aventura, de esperanza. Cuando dejamos de quererlo todo de modo egoísta, el horizonte de la vida se abre. Es entonces cuando la llegada de los hijos se convierte en motivo de fiesta para los padres y para la sociedad entera.
El segundo tema afrontado por el Papa es el de la relación que existe entre Dios y el futuro. El corazón recibe fuerzas desde una luz superior, desde un mensaje que nos ofrece el Padre bueno, desde la fuerza de la Redención traída por Cristo al mundo.
Si Dios es marginado, si su luz deja de brillar en los corazones, las tinieblas del egoísmo, del miedo, del racionalismo, de la desesperanza, ahogan la apertura a la vida: nacen pocos hijos. Es lo que pasa en Europa, un continente con muchas riquezas económicas y culturales pero con mucha pobreza de niños.
El testimonio de tantas familias llenas de fe y de ilusiones, dispuestas a dejar de lado el bienestar inmediato para abrirse a vidas infantiles, nos muestra cuál es el camino para que Europa recupere una riqueza que le resulta perentoria: la llegada de nuevos niños.
Si, como repiten muchos, “el mañana empieza hoy”, también Europa decide, en estos momentos, su futuro. Esperamos que el mañana surja no desde la Europa dominada por burócratas y economistas, sino desde esa otra Europa sencilla, humilde, de millones de familias ricas de esperanza, porque tienen a Dios en sus corazones; porque, como decía el Papa, “allí donde está Dios, allí hay futur