Este miércoles, en mi regreso de Chihuahua me vi involucrado en una de esas situaciones propias de una película de aventuras. He de aclarar que desde temprano se desataron fuertes vientos en toda la región. Así pues, era de esperar que me tocaran esas famosas tolvaneras que tantos accidentes han provocado en las carreteras.
Dado que suelo viajar con frecuencia, procuro llevar conmigo algo de equipo de emergencia lo cual me ha permitido salir bien librado de los pequeños avatares que se pueden presentar. Quizás parezca una tontería, pero como parte de ese equipo traigo unos lentes protectores conocidos como “gogles” y un botiquín.
A seis kilómetros adelante de la caseta de Camargo, siendo la 1:50 p.m. me topé con una fuerte tolvanera que me dejó ciego cuando rebasaba un autobús de pasajeros, y en ese momento escuché cuando éste se estrelló, sin frenar, contra la plataforma trasera de un trailer que estaba detenido. En el momento del impacto escuché que algo golpeaba mi auto, pero sin hacerme perder el control. Lo primero que pensé es que yo también chocaría de frente contra otro vehículo o que probablemente me alcanzaría alguno que viniera detrás.
Como pude, casi sin ver, me salí de la carretera sin que me hubiera pasado absolutamente nada. Como es lógico, me dirigí al autobús donde viajaba un numeroso grupo de matrimonios de norteamericanos, y el espectáculo era muy impresionante. No me explico cómo no murió ninguno de ellos, aunque habían varios heridos de consideración, entre ellos el operador de la unidad.
Gracias a Dios pude hacer lo necesario, y después de una breve evaluación de la situación llamé por teléfono celular al 065 de Cruz Roja. Lo primero que había encontrado era a una anciana quien tenía atrapada la cabeza y un brazo fracturado dentro de la plataforma del trailer, pues había salido proyectada, junto con su marido por el vidrio del frente. Con la ayuda de tres hombres de otro carro detenido pudimos sacarla.
La atención de los heridos se complicó mucho por culpa de los fuertes vientos que quizás superaban a ratos los 100 kilómetros por hora haciéndonos respirar y tragar tierra, además de impedir la visión. ¡Benditos de mis “gogles”, pues yo era el único que sí podía ver. A la brevedad posible fueron apareciendo los vehículos de emergencia: ambulancias y una unidad de rescate urbano con equipo de “extricación” vehicular; y lo más importante mis amados compañeros rescatistas y paramédicos. El desalojo de los lesionados se realizó a través de las ventanas.
He de confesar que una de las cosas que más me impactó fue la disciplina de aquel grupo en desgracia. Los que podían moverse habían desprendido las cortinas del autobús para proteger al resto de los pasajeros. No se escuchaban quejas innecesarias, todos ellos supieron secundar las indicaciones y esa actitud de orden y calma creaba dentro de la tragedia un ambiente maravilloso de solidaridad y paz. He de confesar que me dieron una gran lección.
Cuánta falta hace fomentar en nosotros la cultura ante las emergencias; aprender primeros auxilios y equipar nuestros vehículos para esos acontecimientos que nunca pensamos nos van a suceder.