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¿Es Válido Oponerse a la Vocación de los Hijos?

Robos, asaltos, secuestros... Todos esos desmanes hoy están al orden del día. Y me apena comprobar que gracias ellos nuestras sociedades se estén construyendo sobre la desconfianza, la incertidumbre y el miedo. Se contratan guardaespaldas, se refuerzan los cerrojos de las casas, se instalan alarmas en los negocios, se blindan los automóviles. Pero se da algo aún peor que todo eso: se acorazan las almas y se amurallan los corazones en una ausencia casi total de seguridad y de confianza en los demás. Y así, nuestro mundo, ¿cómo no va a ser cada día más inhabitable?

Bien, pero no es mi intención entretenerme ahora considerando las causas y consecuencias de esa marcada inestabilidad social que actualmente nos envuelve. Sin embargo, sí voy a traer a colación precisamente un secuestro. Uno -con todo y los que hoy se dan- fuera de lo normal. El hecho me ha vuelto a dar mucho qué pensar y ha abierto en mi interior viejas y nuevas heridas.

Sucedió que una joven albanesa de 26 años fue secuestrada nada menos que por sus propios familiares. Y el secuestro es inaudito no sólo por eso; lo es más aún por las circunstancias y los intereses que lo motivaron.

Resulta que esa joven, desde hacía seis años, vivía como monja en un convento de benedictinas en Italia. Desde que decidió seguir ese camino, se encontró con la oposición frontal de su padre, que buscó la complicidad de sus familiares emigrados en Italia para obligarla a retornar a Albania. Al no poder convencerla de abandonar la idea de la profesión religiosa, decidieron pasar a los hechos y secuestrarla. Y así lo hicieron.

Un día, cuando la joven se dirigía a la catedral para rezar, fue detenida, en plena plaza principal, por tres personas, entre ellas su hermano, y obligada a subir a un coche.

Gracias a la denuncia del suceso por parte de algunos testigos, la policía pudo encontrarla y rescatarla 48 horas después. Ella, una vez liberada, decidió volver al convento. Se mostró serena (al menos por fuera) y decidida sinceramente a seguir el camino elegido, en la esperanza de que sus padres lleguen a comprenderla y compartan algún día su deseo de ser religiosa.

He conocido otros casos de oposición por parte de los padres a la vocación de sus hijos. He oído a un padre decirle a su hijo: “si te vas de sacerdote, para mí es como si ya no existieses, ya no te consideres hijo mío”. Y a una madre gritarle a su hija: “prefiero que seas una mujer de mala vida a que te alejes de mí para ser monja”. He sabido de padres que desheredan, marginan, rechazan y olvidan a sus hijos por idénticos motivos... Pero nunca pensé que un padre hoy día pudiese perpetrar el secuestro de su propia hija, ya de 26 años, para hacerla desistir de su vocación y obligarle a hacer algo que ella no quiere. No permiten la opción de la vocación sacerdotal o religiosa entre las distintas vocaciones.

El que a un padre o a una madre le duela en el alma la partida de un hijo que decide consagrase a Dios, me parece lo más normal del mundo. A cualquiera le cuesta desprenderse de un hijo a quien ama. Sin embargo, la oposición rotunda de los padres a la vocación religiosa o sacerdotal de su hijo o hija, me parece algo tristísimo. Porque es señal de que esos padres padecen una miopía avanzada ante el don maravilloso de Dios que es toda vocación. Dios escoge lo mejor de su cosecha, y el que un padre llegue a usar la fuerza y la coacción física para impedir que uno de sus hijos siga el llamado de Dios, me parece ya demasiado. Creo que es un verdadero atropello, manifestación de un egoísmo sobresaliente y, a la vez, una ceguera total para las cosas de Dios, de verdad preocupante.

Voy a decir algo fuerte. Pero que juzgo verdad. Ningún padre o madre tiene derecho alguno de oposición sobre su hijo cuando lo que está de por medio es el querer infinito y los intereses de Dios sobre él. Porque de eso se trata en la vocación: de seguir la voluntad de Dios. Y si Dios llama a un hijo, ningún padre o madre puede arrogarse el derecho de rechazar, obstaculizar o impedir el cumplimiento de su santísima voluntad por parte del propio hijo. Ninguno. Porque nadie está por encima de Dios y su voluntad.

Además, yo me pregunto si el padre o la madre que rechaza y combate la vocación del hijo, se da cuenta del dolor, de la aflicción, del tormento que puede estar causando en el alma de aquel por su obstinada actitud. No, yo creo que muchas veces no se dan cuenta. No se fijan más que en sí mismos y sus intereses egoístas. Y ni se imaginan siquiera la pesadumbre interior del hijo que, tratando de hacer la voluntad de Dios(que ya es de suyo muchas veces difícil y hasta heroico), tiene que cargar además con el peso y la amargura de la incomprensión y resistencia de sus mismos padres. Con el desconocimiento y rechazo de qué es su vocación. No es justo, ni cristiano, ni humano. Y también aquí tengo que decir clara otra verdad: ningún padre, ni ninguna madre, tiene derecho de causar ese sufrimiento al propio hijo.

Menos mal que, por el contrario, hay otros padres y madres (muchos gracias a Dios) que ante el don de una o más vocaciones entre su prole, sin dejar de sentir el dolor de entregarle a Dios alguno de sus hijos, lo hacen con gran fe, amor y desprendimiento. Y aunque con el corazón sangrando y lágrimas en los ojos le devuelven a Dios lo que Él les dio antes y ahora reclama para sí; y lo dejan partir, disimulando con una sonrisa sincera lo que sienten por dentro.

¡Qué hermoso el testimonio de tantos padres de familia que aceptan, agradecen, apoyan y sostienen con sus oraciones y sacrificios la vocación de alguno de sus hijos! Sepan, todos ellos, que a ese hijo le tocó la mejor parte, que así están agradando a Dios, mereciendo ante Él, dando fecundidad al propio sufrimiento y soledad. Y, además, están haciendo más llevadero y feliz, para el propio hijo, el seguimiento del Señor, que tantas alegrías y satisfacciones traerá consigo para él y para ustedes también.